Tiempo de Relajación.

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— ¿A dónde vamos? —le pregunto cuando llevamos casi quince minutos en el coche porque en todo ese tiempo, Melanie no había parado de cantar como una loca.

—Impaciente.

Y justo después de decir eso, para el coche delante del local por el que estábamos a punto de pasar y que tiene el nombre de Tiempo de Relajación.

— ¿Un spa?   —digo cuando nos bajamos.

—Hubiese estado genial pero no tenía suficiente dinero —me explica— y estoy segura de que esto te va a gustar más.

Dentro del local todo está pintado de blanco, supongo que ese color ayuda a sentirte relajado. Hay una pequeña recepción y al fondo se ve un largo pasillo lleno de puertas a ambos lados.

— ¿En qué puedo ayudarles? —nos pregunta una chica, pelirroja y con un montón de pecas, detrás del mostrador.

— ¿Por cuánto saldría un pasaje de tres habitaciones? —le pregunta Melanie.

—Ocho dólares cada una.

—De acuerdo —dice Melanie y saca el dinero de su bolsillo—, yo invito.

— ¿Qué habitaciones vais a elegir? —nos pregunta la dependienta mientras nos da la vuelta.

—La de los platos y la pintura son mis favoritas —dice Melanie mirando un catálogo—, elige una al azar Kat.

Echo un vistazo a los nombres, no sé de qué va nada de eso así que cojo una al azar.

—Gravedad.

—Eeey, buena elección —grita Melanie—. No se me había ocurrido.

La misma chica nos lleva hasta la planta de arriba dónde hay un pasillo exactamente igual que el de abajo y nos indica la primera habitación: la de los platos. Es una habitación, no muy grande, con forma de cuadrado y las paredes del mismo color que el resto del edificio. Hay dos pilas de unos quince platos cada una delante de nosotros y detrás de estos, hay un muro que me llega por las caderas y que separa las pilas de platos de una pared protegida de metal de arriba a abajo.

—Vamos allá —dice Melanie que coge uno de los platos de la fila de la derecha y lo estampa con fuerza contra la pared y queda hecho añicos detrás del muro—. Creo que no hace falta que te explique cómo va esto.

— ¿Hemos pagado por romper platos? 

—Simplemente pruébalo y dime si merece la pena o no.

Me acerco a la fila de la izquierda agarro uno y lo lanzo con todas mis fuerzas. Parece mentira pero después de eso, me rodea una sensación de relax que no había sentido ante.

—Joder, es genial —le grito a Melanie mientras observo los trozos, de lo que antes era un plato, caer.

—No grites tanto, que esto no es la sala del grito.

Y así, acabamos rompiendo las dos montañas de platos y sintiéndonos mejor que nunca. Al salir, hay un chico que nos indica la siguiente sala: la de la pintura. Esta habitación es del mismo tamaño que la otra y del mismo color. En el centro hay varios botes de pintura de diferentes colores, brochas, y dos monos de plástico blancos.

Voy a ponerme el mono pero Melanie me dice que lo guay de aquello es dejar que la ropa se te mache y así luego poder recordarlo cada vez que la vieras, le hago caso porque 1) la ropa es suya y 2) ya nada parece importarme demasiado.

Cogemos una brocha cada una, las metemos en la pintura roja y en la negra y nos ponemos a salpicar manchas en la pared. Vuelvo a sentirme igual que con los platos, me desahogo, me siento libre como si nadie fuese a decirme lo que debo o no hacer.

No somos de cristal.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora