Sarah salió del trabajo, atravesó apenas un par de calles y llegó al alto edificio marrón que albergaba a uno de los Colegios Mayores de la Universitat, donde se alojaban los estudiantes. Entró en la recepción, y saludó a Paco, un adorable señor mayor que se encontraba en la portería.
—¡Hola, Sarah!
—¡Hola! —saludó ella.
—Te ha llegado esta mañana un paquete —la chica agradeció mientras tomaba en sus manos la caja. Imaginaba que se trataría de un libro que había pedido por Amazon.
Subió por las escaleras hasta el segundo piso y entró a su habitación. Se preguntó cuál sería la de Fernando, pero intentó no pensar en él. ¿Qué ganaría con torturarse? Estaba sola en el cuarto, pues su compañera al parecer no había regresado. No la conocía mucho, aunque sabía que era estudiante de Derecho al igual que ella.
Se dio un baño, y luego se acostó sobre la cama, ni siquiera había abierto su paquete. Experimentaba una especie de ansiedad por Fernando y deseos de saber más sobre él… ¡Hacía tanto que no se veían! ¿Seguiría siendo el mismo o habría cambiado?
Fue de las últimas en bajar a cenar; se sentó en una mesa aislada y disfrutó en silencio de su merluza con patatas fritas, vegetales, y tarta de manzana de postre. No podía quejarse, la comida del colegio era buena. Todavía no conocía bien a las personas, así que se sentía como un pez fuera del agua. Su compañera de habitación no había aparecido aún, por lo que la noche pintaba ser bastante aburrida.
Cuando subió la escalera hasta el primer piso, lo vio. Fernando acababa de entrar chorreando agua, pues llovía fuerte desde hacía una media hora, más o menos. Cuando levantó la mirada, sus ojos azules se cruzaron con los de Sarah y le sonrió.
—¡Hola! —exclamó. Se acercó a ella, dejándole un húmedo beso sobre cada mejilla, para su sorpresa.
—Estás empapado —rio ella.
—Iré a cambiarme enseguida para no pescar un resfriado. Me temo que me he perdido el horario de la cena.
—Así es, han cerrado conmigo, casi me han echado —bromeó.
—Es que me demoré más de lo debido; en la tarde fui a llevar a Viviana a la estación, pues se devolvía a Madrid y luego he ido a saludar a algunos amigos —creyó mejor no hablarle acerca de Gigi.
“Vaya, Viviana se marchó” —Pensó Sarah. ¿Por qué le alegraba conocer ese detalle?
—Puedes pedir una pizza para cenar —le recomendó.
—Sería una excelente idea, ¿podrías pedirla por mí? No sé si estaré siendo demasiado entrometido ya que tal vez tengas otros planes, pero te agradecería si pudieras pedirme algo de comer. Hace mucho tiempo que no estoy por acá y he perdido los contactos…
—No hay problema —le aseguró Sarah—, yo lo hago.
—Iré a cambiarme y enseguida bajo. ¿Dónde podremos charlar un poco? ¡Me encantaría hablar contigo después de tanto tiempo!
Sarah se quedó mirándolo por unos segundos, aquel pelo rojizo empapado, las gotas que bajaban por su frente, y la camisa pegándosele al cuerpo…
—Estaré en el salón de juegos —dijo al fin, indicando con el dedo índice una habitación que tenían al costado con una mesa billar, máquinas de comida, juegos electrónicos y de más amenidades.
—¡Perfecto! —contestó él y luego desapareció escaleras arriba.
Sarah se encaminó al salón y luego de pedir la pizza, se quedó fantaseando con él: con su cabello mojado, con el agua que chorreaba su cuerpo… Era de lo más atractivo, y además quería pasar tiempo con ella.
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La chica del poema ✔️
Teen FictionSarah tiene diecisiete años, trabaja en un café y está a punto de comenzar sus estudios de Derecho en la Universidad de Valencia. Su vida es tranquila, sin grandes sobresaltos, hasta que una tarde se reencuentra con su mejor amigo del colegio, del q...