Pilar se levantó bien temprano, antes de que su padre la despertara. Fue ella quien se coló en su cama y le dio un beso en la mejilla. Él sonrió, medio dormido, aquel sin duda era el mejor despertar.
—¿Por qué madrugamos? —se desperezó y le hizo espacio a su hija.
—Tengo colegio.
—Ya lo sé —y casi dándole la razón, la alarma de Fernando comenzó a sonar. Él la puso en silencio.
—Quiero ir a ver a Sarah —pidió la niña—, antes de ir al colegio.
El corazón de Fernando le dio un vuelco cuando escuchó el nombre de ella y la petición de su hija.
—Sarah tiene trabajo, mi amor.
—No importa, pero siempre me lleva al colegio junto contigo.
Aquello era cierto. Casi siempre Sarah los acompañaba, pero no sabía si las cosas serían distintas de ahora en lo adelante.
—¿Quieres ir a casa de tía Esperanza y tío Atilio? —precisó.
—Sí, papá —respondió la niña con mucha madurez—. Sarah siempre me lleva al colegio y mamá no puede. Dice que tiene que dormir para estar linda —añadió encogiéndose de hombros.
Si su propia hija no entendía las excentricidades de su madre, Fernando tampoco. No podía comprender cómo no era capaz de no acompañar a Pilar al colegio por quedarse dormida. Vivi volvía a ser la misma de siempre, y eso le dolía.
—Muy bien, vamos a tomar el desayuno y a vestirnos. ¿De acuerdo?
Pilar se levantó de la cama dando saltos, estaba muy contenta. Fernando no pudo evitar volver a sonreír, pero su sonrisa se esfumó cuando recordó que Sarah y él estaban separados, aunque se amaran. Debía hablar con Viviana cuanto antes el asunto del divorcio, porque ya no podía soportarla más bajo su mismo techo. Llamó a su padre para pedirle que él o Lulú llevaran a los mellizos a la escuela directamente, pues ir a casa de Sarah supondría un desvío en su ruta habitual.
Sarah despertó temprano, luego de pasar muy mala noche. Ya se había acostumbrado a los brazos de Fer junto a su cuerpo, y lo echaba mucho de menos. Extrañaba todo: sus desayunos, a Pilar, a los mellizos, a las canciones que cantaban de camino a la escuela todos juntos... Sintió nostalgia, y apenas hacía unas horas que había salido de aquella casa.
Se vistió de manera formal, como acostumbraba a hacer para ir a trabajar. Llevaba un elegante traje sastre de color oscuro, que combinaba a la perfección con su cabello y ojos. Cuando estuvo lista bajó a desayunar. Se encontró a su abuela y Atilio en la mesa, con un nutrido desayuno.
—Buenos días, cariño, ¿cómo dormiste? —le preguntó su abuela.
—Buenos días. Dormí bien —mintió, aunque se preguntaba si el ligero maquillaje que llevaba cubriría bien los rastros del insomnio.
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La chica del poema ✔️
Teen FictionSarah tiene diecisiete años, trabaja en un café y está a punto de comenzar sus estudios de Derecho en la Universidad de Valencia. Su vida es tranquila, sin grandes sobresaltos, hasta que una tarde se reencuentra con su mejor amigo del colegio, del q...