Fernando había insistido en ir a buscar a doña Esperanza y a Sarah en el coche. Su amiga se había reído de él al teléfono esa tarde, diciendo que era una ridiculez, pues las casas estaban muy próximas. Sin embargo, Fernando no se dejó convencer, aludiendo que para Esperanza sería más conveniente y cómodo trasladarse así. Lo cierto es que quería que esa noche todo saliera bien… ¿Por qué estaba inquieto con esa cena entre amigos? ¿Sería acaso por las palabras de su amigo Gustavo? Desechó aquella idea. Sarah y él eran buenos amigos, y estaba feliz por reencontrarla. Su único objetivo era pasar un rato agradable y…
—¡Buenas noches! —ella le abrió la puerta con una enorme sonrisa.
Ni siquiera había tocado el timbre, al parecer lo estaba esperando. Qué tonto era, claro que estaba aguardando por él: era la hora justa. Sarah estaba muy bonita con un vestido azul celeste que resaltaba su cabellera oscura, la que había estirado con mucho cuidado. En el rostro, un discreto y sutil maquillaje, que hacía que sus enormes ojos negros lucieran incluso más grandes de lo que realmente eran. El escote del vestido era en V, y le asentaba mucho… Por un momento se distrajo con él, y enrojeció… ¿Qué le estaba sucediendo? No era lo mismo la Sarah de catorce o quince años a una que casi cumplía dieciocho. El vestido era ceñido en la cintura, lo cual marcaba sus curvas. Sarah nunca había sido delgada, más bien luchaba contra el sobrepeso, pero era hermosa tal y como era. Esa noche, incluso, se lo parecía muchísimo más.
—Buenas noches —saludó de vuelta—. Qué bonita estás —quiso decirle otro adjetivo más poderoso, pero se sintió como un completo idiota y la sensación que experimentaba le incomodaba un poco.
—Gracias —respondió ella. Fernando notó que se ruborizaba. “¿Por qué?” —se preguntó.
Sarah se apartó de la puerta para abrirle paso. En ese momento apareció Esperanza, que también se había arreglado con un conjunto oscuro que le sentaba muy bien.
—¡Hola, Fernando! ¡Muchas gracias por la invitación, y más aun por haber tenido la delicadeza de venir a buscarnos! ¡Hace tanto tiempo que no voy a ningún sitio!
El muchacho se acercó y le dio par de besos a la dama y luego a Sarah ––a quien tampoco había besado––.
—El placer es todo mío —respondió—. Debemos hacer esto más a menudo. Mis abuelos también están muy solos y agradecerán la compañía de ustedes.
Sin mucho más que decirse, salvo los cotilleos de rutina, abuela y nieta ocuparon el asiento trasero del Seat azul. Cinco minutos después fueron recibidos por Antonia y Alberto, que eran encantadores. Los elogios para con Sarah ocuparon más tiempo del que la chica hubiese creído, por lo que volvió a sonrojarse.
—¡Está muy guapa! —apoyó Alberto—. ¿Verdad que sí, Fern?
El aludido asintió y esbozó una sonrisa, pero aquel momento estaba siendo en verdad incómodo para él. ¿De qué se quejaba? ¿Acaso la idea de la cena no había sido suya?
Esperanza se sorprendió un poco cuando notó que llegaba al porche Atilio, el encantador hermano de Alberto, un hombre viudo, de alta estatura y pelo encanecido que al parecer también estaba invitado. Le agradaba, pero era demasiado zalamero para sus años…
La cena estuvo deliciosa: pescado, verduras, vino blanco… La charla fue muy animada, se rieron de las historias de Atilio —que era muy simpático—, y a la hora del postre, Antonia le pidió a Fernando que fuera por él. Sarah también se brindó, por lo que se levantó de su asiento y siguió a Fernando a la cocina.
La habitación era alargada y un tanto estrecha. Sarah la conocía, aunque hacía años que no ponía un pie en aquella casa. Fernando se dirigió a la nevera y extrajo de ella un pastel de manzana hecho por su abuela.
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La chica del poema ✔️
Teen FictionSarah tiene diecisiete años, trabaja en un café y está a punto de comenzar sus estudios de Derecho en la Universidad de Valencia. Su vida es tranquila, sin grandes sobresaltos, hasta que una tarde se reencuentra con su mejor amigo del colegio, del q...