Capítulo 7

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Sarah estaba en su cama leyendo, de pésimo humor. Eran las 12 ya, y su compañera de habitación no había aparecido tampoco esa noche. Esperaba que, a diferencia de Mercy, Fernando sí estuviera en su cama durmiendo. No había tenido noticias suyas… Tentada estuvo a pasarle un mensaje para preguntarle por la fiesta, pero aquello le parecía acoso así que se contuvo. ¿Por qué no podía dormir? Realmente estaba desvelada…

Me persigue el insomnio en esta noche,
en que el frío recorre mi silueta,
la soledad parece así un derroche,
y tus brazos una lejana meta.

¿En qué sueño andarás, amado mío?
¿A cuál recóndito lugar te fuiste?
Tu corazón a tientas busca el mío,
que despierto —sin ti— se siente triste…

Qué distante mi lecho me parece,
¡remoto espacio escapado de tu mano!
En la noche el anhelo quizás crece,
y el amor lo sentimos más lejano.

Pues testadura en soledad te invoco,
porque de ti reclamo tu presencia,
así en mi pensamiento tu ser toco,
hasta que el sueño nubla mi conciencia.

Ya dormida tu rostro me enamora,
pues de mi alma tú te sabes dueño.
El idilio termina con la aurora,
y lo vivido fue tan solo, un sueño…

Sarah despertó al día siguiente con los primeros rayos de la mañana. Se sentía como una tonta luego de pasar largas horas pensando en Fernando y después soñando con él… ¿Cómo le habría ido en la fiesta? Se vistió rápido y bajó a desayunar con la esperanza de encontrárselo, pero no fue así.

Luego de su café con leche y de sus tostadas con tomate, Sarah se quedó un tiempo más en la portería aguardando por el chico. Desde allí tenía una envidiable vista de la escalera y el ascensor, por lo que si él bajaba de su cuarto tendría la posibilidad de verlo. Una vez más se sintió como acosadora, y no solo eso, pronto debía marcharse para llegar a tiempo a su clase de Derecho Romano.

Algo desalentada, tomó su mochila y bajó las escaleras del edificio para caminar en dirección a su Facultad. Cuál no fue su sorpresa cuando vio que el Seat azul de Fernando aparcaba delante de ella, y que el muchacho bajaba ojeroso y con la misma ropa del día anterior.

Fern se quedó aun más lívido cuando se topó con Sarah. ¿Por qué se sentía como si hubiese cometido alguna fechoría? Esperaba no encontrársela, pero el destino la había colocado justo en su camino y estaba avergonzado por su facha y la hora a la cual llegaba.

—Buenos días —fue él quien saludó.

—Buenos días —respondió ella, echándole una ojeada a su camisa arrugada y mal abotonada. Sus mejillas se ruborizaron por completo ante los posibles escenarios que lo llevaron a ese estado.

––Me cogió algo tarde ayer ––tartamudeó––, y había tomado un poco, así que decidí quedarme a dormir en casa de mis amigos. No fui el único ––añadió.

Sarah levantó el mentón y lo miró directamente.

––No tienes que darme explicaciones, Fern ––respondió––. Me marcho ya, pues voy tarde a clases.

Y diciendo esto, Sarah siguió por su camino y Fernando se quedó por unos segundos desorientado con su respuesta. ¡No se lo esperaba! Sin embargo, a pesar de sus palabras él intuía que Sarah estaba molesta con él.

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La chica del poema ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora