Capítulo 11

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Había pasado un pésimo fin de semana, pero había aprendido un par de cosas. La primera: las estrategias románticas de conquista funcionaban bien en el cine o en la literatura, no en la vida real; dos: no iba a continuar con el intercambio de mensajes con Fernando.

El chico le había escrito a Pilar el domingo, queriendo saber más de ella, pero Sarah no le respondió. Fern la invitó a regresar a Valencia con él en el coche el lunes en la mañana, como hicieron el fin de semana anterior, pero se inventó una excusa y lo rechazó. No quería pasar tiempo en su compañía, pero aquel desplante le valió regresar el domingo en la tarde en el mismo tren de cercanías.

El lunes en la mañana se dirigió a la Universidad y se topó con su mejor amiga, Elisa, que la estaba esperando en la Biblioteca de Ciencias Sociales Gregori Maians. Se identificaron en la puerta con su carnet de estudiantes y entraron. No tenían la primera clase y querían consultar un libro para un trabajo que estaban haciendo sobre la propiedad en Roma.

La biblioteca tenía varios pisos, era una belleza: moderna, amplia, con madera en los pisos y balaustradas, y repleta de valiosos volúmenes. Las chicas se dirigieron a la sección de Historia y consultaron el libro en cuestión, luego bajaron al sótano para pedirlo prestado. Al salir de la biblioteca, se sentaron en una banca a charlar.

-Yo me quedaré con el libro y adelantaré el trabajo -se ofreció-. Te veo con tan mala cara que creo que no podrás concentrarte en nada. ¿Qué te sucede?

Sarah se llevó las manos al rostro y suspiró.

—He hecho todo mal —susurró—. Lo peor de todo es que estoy demasiado angustiada con esto.

—Me estás asustando, Sarah, y si no me explicas no voy a poder ayudarte.

—Creo que no podrás ayudarme... Nadie puede. Solo yo misma y no sé qué hacer.

Elisa guardó silencio por unos minutos hasta que Sarah comenzó a hablar y le contó con detalle lo que había hecho.

—Pensé que tendría ocasión para mostrarle mis sentimientos y conquistarlo antes de que supiera mi identidad, pero me sentí humillada de que ni siquiera considerara la posibilidad de que yo fuese la chica del poema.

Su mejor amiga estaba sorprendida, pero veía las cosas desde otra óptica.

—Tal vez no haya sido así, Sarah. Tal vez sí pensó que eras tú y por eso te buscó de inmediato. Luego, como no mostraste signos de que fueras esa persona, él tuvo que buscar otras alternativas. Fernando no tenía por qué abrirse contigo con un tema tan íntimo, salvo que hubiese querido precisar si eras tú la chica que le escribía.

Sarah se quedó pasmada, aquella opción no la había valorado.

—¿Eso crees?

—¡Claro! Sin embargo, lo despistaste tanto con tu postura distante y tu falta de indicios, que lo debes haber dejado más confundido.

Sarah negó con la cabeza, todavía no podía creerlo.

—No estoy segura, Elisa. Creo que su opción más fuerte es Gigi. Es escritora, hermosa, y además fue su novia. Contra eso no puedo competir...

—Pero él no quería nada con ella, Sarah. Si se lo está planteando es porque la confunde contigo, con lo que realmente tú eres... Pienso que deberías ser sincera con él o te puedes arrepentir en el futuro por tu silencio.

Sarah asintió, pero no haría nada por el momento. ¿Cómo buscar a Fernando y decirle la verdad? Tal vez fuera mejor que el recuerdo de Pilar Hernández se fuera desvaneciendo poco a poco. Los amores imposibles siempre son más bonitos cuando permanecen en la dimensión de lo que pudo haber sido y jamás llegó a ser.

La chica del poema ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora