Capítulo 29

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Con una camisa negra, unos jeans y una deliciosa colonia, Fernando parecía más joven. Había olvidado la última vez que tuvo una cita, pero no dudó en alistarse de esa manera cuando el tío Atilio lo llamó para advertirle que cenarían los dos jóvenes a solas. "Sarah me mata si escucha que te estoy diciendo esto —añadió—, pero Esperanza y yo acordamos no importunarlos". Fernando estuvo riendo con aquello por al menos una media hora, estaba feliz por el apoyo que le estaban brindando.

—¡Papá! ¡Qué guapo estás! —Pilar notó enseguida que su padre se había arreglado más de lo habitual.

—Gracias, mi niña. ¿Ya estás lista para ir a casa de los abuelos?

La pequeña asintió. No necesitaba ropa, porque siempre tenía allí y en el peor de los casos utilizaba la de María Fernanda, ya que eran de la misma edad y talla.

—¿Te quedas conmigo en casa de los abuelos? —preguntó.

—No, corazón, voy a cenar a casa de la tía Esperanza. También te invitaron, pero sé que querías jugar con los mellizos.

—Nanda y Lan —así le llamaba a Froilán—, van a mostrarme su nuevo carrusel. ¡Yo también quiero uno, papá!

—Muy bien, ya veremos. Prométeme que te comportarás en casa de los abuelos.

—¡Lo prometo! —exclamó la niña abrazándose a su cuello y dándole miles de besos. Fernando sabía que así sería, pues Pilar era muy buena niña.

Después de dejar a la peque con sus padres, se dirigió a casa de Esperanza. Llevaba una botella de vino de obsequio y esperaba que pudieran compartirla juntos. Eran casi las nueve la noche. El porche estaba encendido y Sarah no demoró en abrirle la puerta cuando tocó el timbre.

—Hola —le sonrió ella. Llevaba un vestido sencillo de color blanco, que llegaba hasta sus rodillas. El escote era algo pronunciado, y tenía un cinturón de encaje que acentuaba su cintura.

—Hola. Gracias por la invitación.

Quiso decirle que se veía hermosa, pero tuvo miedo de exteriorizarlo, así que lo silenció. Sin embargo, Sarah se ruborizó tan solo con su mirada, pues los ojos de Fernando no se apartaban de ella y querían decirle mucho.

—Atilio y la abuela se han retirado temprano. Ya sabes, la medicación les da sueño.

—Comprendo —Fern sonrió. Ya lo sabía, pero había prometido no decirlo.

—¿Te parece si cenamos ya?

—Por supuesto. He traído un vino, ¿te apetece tomarlo?

—Muchas gracias, Fern, me parece bien. En la cocina tengo el abrecorchos.

La pareja se encaminó en esa dirección. El olor esa exquisito, así que Fern dejó la botella encima de la mesa y se fue a curiosear a la estufa.

—Ten cuidado, no te vayas a quemar —le advirtió Sarah.

—¿Qué has preparado?

—No sé si te guste; son raviolis de espinacas con salsa al pesto.

—¡Huele estupendo! —le dijo alegre.

Sarah había puesto la mesa de la terraza para cenar. Era un espacio acogedor, privado, pero también fresco a esa hora del día. Fernando la ayudó a llevar los platos y a descorchar el vino.

—Me gusta este lugar —comentó él.

—A mí también. Cuando era más niña acostumbrábamos a cenar aquí durante el verano.

La chica del poema ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora