Capítulo 17

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Fernando enmarcó el rostro con sus manos y se perdió en sus labios. Era algo que deseaba desde hacía mucho tiempo, pero que su razón le pedía aplazar… Esa mañana, en cambio, había cedido a los deseos de su corazón que le parecían mucho más sensatos. No se arrepentía, aquel beso titubeante e inesperado se había convertido en la gloria.

Sarah reciprocó el beso, aturdida, pero sobre todo conmovida ante lo que sucedía. No lo esperaba… Ni en sus más recónditos sueños imaginó que podría besar a Fern de aquella manera, y que se sintiera tan bien, como si se pertenecieran el uno al otro. Las manos de él bajaron por su espalda y la atrajeron más contra su cuerpo. Ella no pudo evitar que su respiración se acelerara cuando sintió el cuerpo de él junto al suyo. Aquel beso no terminaba nunca, y ella no deseaba que concluyera jamás.

No había nadie más para ella que no fuera Fernando. Lo admiraba, lo quería; el sentimiento que anidaba en su pecho desde la infancia no había hecho más que aumentar. Y ahora que se rendía a él en un beso febril y más apasionado de lo que hubiese esperado, comprendía que estaba locamente enamorada de él.

Finalmente se apartaron un poco, pero Sarah colocó su frente sobre el hombro de él, más que nada para evitar mirarlo a los ojos. Él la rodeó aún más con sus brazos, y en silencio recuperaron la respiración habitual. Fern le dio un beso en la cabeza, le preocupaba un poco su reacción, pero la comprendía… Ella quería saber qué sentía él, qué le había parecido.

—Fue maravilloso cruzar la línea —le susurró al oído.

Ella se incorporó y le sonrió con un poco de vergüenza.

––Nunca pensé que esto podría pasar.

––¿Qué? ––Fern se acostó en la cama.

––Nosotros, tú y yo…

––Ven acá ––Fern la hizo acostarse a su lado, y Sarah se refugió en su pecho––. Esto es lo mejor que podría sucedernos.

––¿Lo dices en serio, Fern?

––Muy en serio ––le aseguró él dándole un beso sobre la frente.

––¿Desde cuándo sabes la verdad?

––Desde hace unos días ––le confesó.

––¿Cómo lo supiste?

––A diferencia de lo que puedas creer, siempre pensé que fueras tú. Ese día en el parque lo sentía así y quería que me dijeras la verdad, pero te vi tan fría y apática, que terminé convenciéndome de que era un delirio de mi cabeza.

––Me moría de miedo y de vergüenza, Fern… ¿Cómo confesártelo? Cuando me diste las poesías a leer creí que me habrías eliminado por completo como candidata.

––Te estaba probando, no podía tampoco llegar y decirte: “Hey, Sarah, me encantó lo que me escribiste”, hubiese hecho el ridículo de haber estado equivocado. De todas maneras hice el ridículo, ¿no?

Ella negó con la cabeza.

––No, pero me sentí un poco triste de pensar que solo me veías como una amiga.

––No sé cuándo te comencé a ver distinto, pero sí te aseguro que he cambiado y que las poesías me han hecho abrir los ojos. Son hermosísimas y me haces soñar, Sarah, contigo, con nosotros…

Ella se ruborizó un poco.

––Yo siento que estoy soñando todavía…

Él se inclinó y le dio otro beso.

––El primer indicio fueron los celos que experimenté cuando Gustavo me dijo que tú le gustabas ––recordó––. Eso fue incluso antes que las poesías. Sin embargo, cuando en el parque me dijiste que saldrías con él, volví a pensar que no podrías ser tú o no me estarías hablando de salir con mi mejor amigo.

La chica del poema ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora