Capítulo 23

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No supo cuánto tiempo estuvo abrazándola en silencio. No quería soltarla, porque cuando lo hiciera comenzarían las preguntas, las explicaciones, las respuestas que aún no podía darse ni siquiera a sí mismo… Estrechándola contra su cuerpo, en cambio, se sentía capaz de soportarlo todo, así que demoró el momento lo más que le fue posible. Sarah temblaba en sus brazos. La había notado triste, le parecía que había estado llorando. ¿Por qué si no tenía los ojos rojos e hinchados? ¿Era él la causa de su desdicha? Debía serlo, pero ojalá tuviese en el día de su cumpleaños la capacidad de borrar todo aquello que los separaba.

Sarah se alejó de él unos centímetros, los suficientes como para mirarlo a los ojos. Estaba reuniendo valor para decirle la verdad, pero nunca pensó que ya ella la supiera.

—Mi abuela me contó —susurró ella, aferrándose al marco de la puerta.

Él asintió.

––Supongo que no es el mejor día para desearte un feliz cumpleaños, ¿verdad? ––Fernando tomó del suelo una bolsa que había dejado en el suelo cuando la abrazó y que ella ni siquiera había notado––. Lo había comprado antes de…

Fern se interrumpió de golpe, y decidió tan solo darle el obsequio. Ella le dio las gracias y de la bolsa extrajo una jarra envuelta en papel transparente, con un lazo de color rosa. No necesitó quitarle el envoltorio para reconocer en la jarra una foto de los dos cuando eran niños… Estaban disfrazados para una obra de teatro escolar. Del otro lado de la jarra Fern había mandado a colocar el texto de La línea, y en el interior una decena de bombones Ferrero Rocher, que eran sus favoritos. Sarah no pudo evitar que sus ojos volvieran a llenarse de lágrimas… Fern le quitó la jarra y la bolsa de las manos, la dejó en el suelo y la volvió a abrazar.

––Hey, no te pongas así, por favor… ––le dijo al oído.

Sarah no quería que la viera tan vulnerable, así que se recompuso y se volvió a apartar de él, tomó la bolsa de regalo y entró al salón principal.

––¿Podemos hablar? ––Fern la siguió.

––Sí, pero no aquí. Mi abuela está dormida, pero no quisiera que se despertara y te encontrara aquí. Atilio le contó lo que está sucediendo y como es de esperar, no quiere que…

––Sí, comprendo; no quiere que esté a tu lado ––concluyó Fern.

––Me está protegiendo.

––La entiendo ––afirmó él––. ¿Qué hacemos entonces?

––Mejor subamos ––propuso ella––. Desde que la abuela enviudó duerme abajo, para evitar las escaleras en la noche.

Fernando asintió. Sarah cerró la puerta de la calle y, sigilosamente, como si se tratasen de dos vulgares ladrones, subieron la escalera de madera hasta la habitación de ella. Fern ya la conocía, pero hacía años que no estaba allí. Había cambiado mucho: los rastros de su adolescencia habían pasado. Ya no habían pósters de grupos de música o de artistas famosos. Las paredes estaban pintadas de un azul celeste muy bonito, y todo se hallaba en perfecto orden.

Sarah dejó encendida únicamente la luz de la lámpara de noche, para no levantar sospechas. Fernando cerró la puerta tras de sí y se sentó en la silla del escritorio frente a Sarah, quien se dejó caer sobre su cama. Estuvieron unos minutos en silencio, mirándose el uno al otro. Sarah se avergonzó del sencillo vestido que llevaba, mientras Fern intentaba encontrar las palabras adecuadas.

––Lo siento mucho, Sarah ––habló por fin––. Siento mucho no habértelo dicho antes, pero cuando lo descubrí no tuve el valor para contártelo, menos aún sin saber qué sucedería conmigo.

La chica del poema ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora