Capítulo 6

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La melena oscura azabache de mi padre brilla bajo el resplandor de luz que entra por la ventana, y mamá está a su lado, situada en un lugar donde no le da luz, pero su cabello, castaño oscuro como el mío, también brilla, y sus sonrisas son resplan...

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La melena oscura azabache de mi padre brilla bajo el resplandor de luz que entra por la ventana, y mamá está a su lado, situada en un lugar donde no le da luz, pero su cabello, castaño oscuro como el mío, también brilla, y sus sonrisas son resplandecientes cuando miran a Bastian..., pero entonces, los ojos de mamá se posan en mí, y por un segundo, parece alterada al verme con los pies embarrados, con el pelo enmarañado y completamente empapada, al igual que papá, aunque deciden no prestar atención a eso y vienen hacia mí. Ella apoya una mano en mi hombro y mi padre no me toca, y prefiero que sea así.

- Tenemos regalos para todos –anuncia Carmen, mi madre, con alegría demasiado forzada y papá asiente también con emoción –. Tenemos este para ti –le entregan una caja a Priscila, un par de bolsas a Bastian y a mí también –. Bueno, si nos disculpan, iremos a bañarnos y luego dormiremos un poco, hoy quiero que tengamos una cena familiar... Y, Priscila, tómate la noche libre –entreabro los labios hacia ella, al igual que mi hermano, que parece indignado, y ambos estamos por saltar, pero nuestra nana nos hace un gesto para que nos detengamos.

- Muy bien, Carmen. Mañana volveré y...

- ¿Qué tal si te tomas el resto de la semana libre? Te hará bien un descanso. Ve a tu casa y pasa tiempo con tus gatos de cerámica... y con tu esposo –en mis ojos empiezan a acumularse lágrimas cuando dice eso. Pero Priscila, sin inmutarse y siendo la mujer potente que tanto conozco, solo asiente con una sonrisa cordial y empieza a retirarse, con Bastian y conmigo pisándole los talones –. Queridos –vuelve a hablar nuestra madre –, déjenla en paz. Pobre, tener que aguantarlos no es nada fácil.

"Hipócrita", pienso.

Carmen y Theodore nos regalan una última sonrisa y luego se largan a su habitación.

Entonces aprovechamos para seguir a Prisci, pero ella ya está arrancando el auto y desapareciendo de nuestra vista.

Se escucha un chillido, primero uno de mi madre, y después uno de Morcilla. Echo a correr escaleras arriba y me los encuentro en el pasillo.

- ¡Alena, saca a este bicho de mi vista! ¡Ahora! –le hago caso y alzo a mi cachorro, que tiembla –. ¿Qué hace acá?

- Te comenté que iba a adoptar un perro hace una semana.

- Ah, ¿sí? –asiento –. Bueno, no pasa nada, mientras que no haga sus necesidades dentro de la casa. Lo estás educando bien, ¿no es cierto? –hago el mismo gesto y ella, sin nada más que aportar, se mete en la habitación.

- Lo siento –susurro sobre su cabecita negra –. Lo siento mucho.

Vuelvo a bajar las escaleras sin soltar a mi perrito y, cuando Bastian nos ve, sé que también necesita algo de consuelo, por lo que le paso a Morcilla. Él lo abraza y besa en el pechito, luego sus ojos se encuentran con los míos, y en los suyos alcanzo a ver el tormento de la vuelta de nuestros padres. Me hace un gesto con la cabeza para que lo siga y vamos a la cocina. Ahí nos servimos un vaso de jugo de melón y nos sentamos en la mesa, aún con mi perrito entre sus brazos, deja caer unas lágrimas que se las limpia con el dorso de la mano al instante.

En la mente de AlenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora