Capítulo 19

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— He arreglado todo. Regresamos esta tarde a Nueva York– dijo Daniel con voz impostada y tono distante al entrar de pronto a la habitación y verla salir del baño envuelta en una toalla, aún con algunas gotas de agua como diamantes en su cuerpo.
Apretó su mandíbula con gesto firme, tratando de ignorar el intenso deseo que sintió de hacerla suya nuevamente.

Samantha sintió un escalofrío por todo el cuerpo al toparse con la gélida mirada de Daniel.  No entendía el porqué de su repentina molestia para con ella.
Todo estuvo de maravillas la noche anterior e incluso esa misma madrugada.
¿Entonces por qué estaba tan a la defensiva con ella?

— Pensé que estaríamos más tiempo aquí– alegó dubitativa e interrogante.

—Decidí que no tiene sentido continuar con esta farsa– respondió arisco.– me cansé de este juego absurdo.

—¡Bien!– exclamó ella molesta. Era muy duro que el hombre al que amas te diga que solo te usó– Como quieras. El dueño del contrato eres tú y el de la idea de este juego, como le llamas, también fuiste tú– escupió con amargura tratando de ocultar el dolor que estaba sintiendo ahora mismo– yo solo fui tu juguetito de turno¿No?

— Ya no existe el contrato— aclaró él sin responder la interrogante de Samantha— eres libre de hacer lo que te plazca y si estás preocupada por tu casa— prosiguió el con calma— Es toda tuya. He decidido devolvértela.

Samantha sonrió con amargura
—¡Qué magnánimo resultaste ser, Daniel!— argumentó con sarcasmo.
«¡Por Dios! ¡Qué mierda estaba pasando!» gimió ella internamente.
Por qué de pronto aquella actitud de Daniel.
¿Qué cambió?
¿Por qué ese tono hostil con ella?
Todo estaba tan bien aquella mañana.
Definitivamente Daniel era un hombre difícil de entender. Bueno los hombres en general son algo complicados. Pensó ella con pesar.
— Eso me dicen a menudo— contestó irónico— Aunque yo no creo que lo sea, tan es así que la petrolera se queda conmigo. — afirmó cortante— El revolcón deprimente de anoche solo te alcanzó para pagar tu “adorada mansión” y liquidar la deuda— escupió haciendo comillas con sus dedos al referirse a la casa de Samantha y con la única intensión de herirla. Herirla tanto como lo hizo ella con él esa mañana.
Samantha lo miró dolida y furiosa y no pudo evitar abofetearlo con todas sus fuerzas en la mejilla izquierda, y aunque dejó marcas en el hermoso rostro masculino, él ni siquiera se inmutó. Solo sonrió con cinismo y el brillo extraño y peligroso en sus ojos asustó a Samantha que aún estaba en estupor con la actitud poco caballerosa de Daniel.
— ¡Eres un cerdo!— exclamó furiosa sin dejarse amedrentar por la actitud estoica de Daniel.— Por mí puedes quedarte con la maldita petrolera y ¿sabes qué? Con mi “adorada mansión” también— dijo a la vez que imitaba el gesto y el tono despectivo de su acompañante al hacerlo— No quiero deberte nada. No me interesa nada de ti. Lo único que deseo en este momento es alejarme de ti y de tu asqueroso dinero.
 
Una duda momentánea se apoderó de Daniel. Pero la lanzó al fondo de su mente. No podía flaquear ahora. El orgullo herido hablaba por él. Aquella maldita mentirosa tendría su castigo, se dijo con rencor.

—Definitivamente eres una gran actriz— exclamó en tono mordaz
sonriendo con procacidad— Hollywood perdió a una gran estrella. Solo que tu máscara cayó, al menos conmigo, Samantha Jones— escupió con desprecio— Tienes una hora para prepararte— ordenó autoritario y salió de la habitación sin miramientos.

Samantha no pudo reprimir por más tiempo las lágrimas que aprisionaban su garganta, se dejó caer en la cama como peso muerto, dando rienda suelta a su dolor.
Contra todo pronóstico y aun contra ella misma, y en contra de su voluntad no pudo evitar enamorarse de Daniel, y ahí estaba él para humillarla una vez más.
Las palabras de Daniel la habían hecho mierda no solo en su autoestima, sino también su corazón.
Primero la obligaba a firmar un estúpido contrato con el único objetivo de enamorarla « o de meterla en la cama»pensó con sarcasmo secando sus lágrimas con el dorso de la mano derecha con rabia, con impotencia; y ahora la desechaba como a un trasto viejo.
Decidida a no compadecerse más y en un arranque de ira contenida marcó el número de su mejor amiga.
—¿Sam?– exclamó Athena extrañada contestando al primer timbrazo— ¿Ocurre algo? ¿Está todo bien?
—Sí y no— respondió escueta a ambas preguntas— luego te doy detalles ahora no tengo mucho tiempo– dijo con voz temblorosa– Necesito de tu ayuda.
—Solo pide lo que quieras, amiga– respondió con firmeza reprimiendo el deseo de saber qué estaba pasando. Samantha necesitaba de ella y no podía fallarle.

Serás míaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora