Capítulo 17

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Daniel se sentó en el borde de la cama con ella, aún apretando sus caderas y rodeándolo con sus piernas, en brazos. Sin separar sus bocas, moldeándose el uno al otro.
 — Me gusta cuando llevas suelto tu cabello, Samantha — susurró él pegado a los labios femeninos.
La sedosa y abundante melena caía cuál cascada cubriendo por completo su espalda y unos mechones rebeldes enmarcaron el bello rostro femenino y Daniel admirándolo, solo pudo pensar en que nada ahora podría salvarlo.
Enterró sus fuertes dedos acariciando el cuero cabelludo, agitándoselo, y su contacto fue como una droga.
  — Aún estás a tiempo de huir, Samantha.— murmuró él— Si puedes.
Pero ella no fue capaz de moverse ni un ápice. Se sentía mareada, débil, temblorosa por el deseo. Su cuerpo había dejado de obedecerla, como si no tuviera huesos, como si fuera en una moto sin casco y a toda velocidad solo por sentir el placer de la adrenalina recorrer todo su cuerpo.
Daniel tomó uno de sus cabellos y la atrajo hacia él de un solo movimiento.
Besó los párpados, las mejillas, la curva de su barbilla.
Samantha solo pudo suspirar ante aquellas deliciosas caricias, ante aquel aroma a menta mezclado con vino caro que despedía la boca masculina. Extendió sus finas y vibrátiles manos y exploró aquel rostro firme con la punta de sus dedos, las sienes, las cejas y aquella boca sexy y arrogante. Instintivamente sus manos fueron recorriendo el torso desnudo de Daniel provocando que su cuerpo se encendiera aún más.
Se deleitó en su ancho y musculoso pecho, el vello oscuro que lo recorría. «¡Ah! Como había fantaseado con hacerlo» gimió ella internamente. «Y la realidad estaba resultando mejor que la ficción» acotó ella mentalmente.
Él la tomó entonces de las manos, evitando así que ella continuara con aquella exploración que lo estaba volviendo loco arrancando de los labios de ella una queja.
  — Ahora eres mía, Samantha Jones—  dijo con voz firme mirándola con seriedad— Ahora no tendrás escapatoria. ¡Hechicera!. Eres una maldita hechicera— farfulló él apresando nuevamente los labios de la chica.
Él rasgó su vestido de flores desesperado al no encontrar el maldito cierre.
— Prometo que te compraré otro—  murmuró sin dejar de besarla.
Samantha no contestó, no protestó. Que rompiera todo lo que quisiera. Solo le importaba el tenerlo dentro de ella.
Desabrochó el cierre del sujetador con tal maestría que se abrió sin oponer resistencia. Y al fin los pechos tersos y turgentes de la joven se derramaron sobre las manos voraces que los atendían.
— Eres maravillosa.— exclamó él extasiado.
Samantha movió los hombros y por fin la prenda cayó al suelo sin emitir ruido alguno. Gimió mientras las manos de Daniel le recorrían el cuerpo entero, acariciando la tierna carne de los senos y jugó con sus pezones sensibles, como un hierro caliente que deja su marca.
— Te ves sexy con esas braguitas, pero lamentablemente vas a tener que quitártelas o tendré que romperlas también— dijo con voz grave, mientras le mordisqueaba el lóbulo de la oreja.
Samantha no perdió tiempo y se las quitó en cuestión de segundos; quedando desnuda ante él. Su deseo de sentirlo dentro de ella era febril, con tanto hervor suplicaban sus entrañas.
Él volvió a tomarla en brazos colocándola en el centro de la enorme y mullida cama, testigo mudo de lo que allí ocurría.

Daniel ahora estaba de pie y quitó lo que quedaba de su ropa con excesiva rapidez liberando por fin a la bestia que amenazaba con romperse en dos.
— Eres tan suculenta y atractiva que aún no sé ni por dónde comenzar. Hace tiempo que fantaseo con estar así, contigo que todavía no termino de convencerme que realmente estés aquí junto a mí, en mi cama—confesó con voz ronca y áspera.
De pronto Samantha sintió un beso hambriento y cargado de deseo. Suspiró al sentir que el cuerpo desnudo de Daniel la estaba abrazando por fin.
Su lengua,su boca y sus vivaces dedos la exploraban curiosos, incesantes, reclamándola una y otra vez, recorriendo todo su cuerpo. Jugando con sus pezones, para luego deslizarse por su abdomen, deteniéndose entre sus húmedos pliegues para darse un festín con su ávida boca.
Samantha gimió frenéticamente cuando la lengua de Daniel frotó su clítoris con delicadeza, que estaba hinchado y con la sensibilidad a flor de piel.
  — ¡Oh, por Dios! - gimió ella con desenfreno y dejó caer su cabeza hacia atrás mientras todo su cuerpo ardía en llamas.
Daniel lamía los jugos que segregaba Samantha, gozando y gimiendo con cada gota.
A su vez introdujo uno de sus dedos en la húmeda cavidad provocando un potente orgasmo en ella, dejándola exhausta pero con ganas de más.
Ella volvió a estremecerse al sentir el exquisito roce de la piel de Daniel, desnuda y ardiente, se rozaba contra la suya deslizándose sobre su cuerpo hasta llegar a su boca.
Cuando al fin la besó, Samantha saboreó su propia esencia y gimió. ¡Madre mía! jamás de los jamases, había tenido un orgasmo tan intenso, tan avasallador. Trató de devolver el beso de la forma más apasionada que supo, intentando mostrarle lo mucho que significaba para ella lo que acababa de ocurrir, todo lo que acababa de experimentar, y todo gracias a él.
— Ha sido... — se detuvo ella unos instantes como buscando la palabra exacta para describir lo que Daniel le había mostrado, lo que Daniel le había hecho sentir — ¿Majestuoso?¿Extraordinario?—  jadeó Samantha tras alejar la boca de la de él. — En serio no encuentro la palabra adecuada para calificar lo que sentí ni lo que estoy sintiendo ahora, yo...
Sus palabras quedaron inconclusas y se retorció de placer al sentir el enorme y terso falo de Daniel empalmado contra su muslo. ¡Uf! ¡Sí! Estaba más que preparada para recibirlo, para que la penetrara. Arqueó su cuerpo como una gacela a la espera de que el tigre la apresara sin miramientos.
— Sabes a vino de Reserva Especial. Podía haberme deleitado ahí el día entero — dijo él
— Hubiera sido delicioso, pero quiero que me folles de una maldita vez, ¡por favor!— gimió con su cuerpo retorciéndose de deseo.
— Solo tengo una petición, preciosa, y es escucharte decir de tus labios cuánto me deseas y cuánto me necesitas— exigió con tono árido y seco.
Samantha sentía la punta del pene chocar contra su entrepierna.
Ella levantó las caderas. Necesitaba tanto que la penetrara que estaba a punto de ponerse a gritar como una maldita loca.
— ¡Oh! Daniel, te deseo tanto. Te tengo tantas ganas... — le rogó, ahogando un gemido antes de perder completamente el control.
Solo bastó con que Daniel empujara las caderas para llenarla por completo.
Daniel forzó sus paredes a expandirse, estirarse y aceptarlo. La carne de Samantha, húmeda y resbaladiza, cedió y dejó entrar aquel miembro descomunal, que la llenó por completo.
Él introdujo una mano bajo el trasero femenino con el fin de acercarla aún más a él y sus pieles aplaudieron la una contra la otra ante aquel encuentro agresivo y placentero.

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