Prólogo

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Daniel no era amante de asistir a eventos sociales. Esos tipos de reuniones solo servían para que los ricos se demostraran quién tenía más poder, más dinero. Pero desgraciadamente él era el invitado especial en aquella gala pues apadrinaba a una institución creada para niños con atenciones especiales. Niños que habían nacido con síndrome de Dawn. Dicha institución la había creado e inaugurado él unos meses atrás y ahora necesitaba recaudar fondos para ampliar no solo la calidad de la enseñanza y los programas educativos sino también  el personal capacitado para educar y guiarlos. Y para eso hacía falta dinero. Dinero que lograría sacar de aquellos malditos buitres que donaban solo por sentirse mejor por creerse dueños del mundo.
Suspiró con resignación y acomodó su corbata. Dio un sorbo de champán y entre tanta gente observó a una mujer. Una mujer que iba del brazo de Brad Jones, el dueño de una petrolera en decadencia a punto de volverse nada y con una deuda kilométrica con él, y aún así, el viejo seguía creyéndose de la alta aristocracia; <pensó Daniel con desdén>. Dio otro sorbo del espumoso líquido sin apartar sus ojos de aquella deliciosa chica que hizo que con solo mirarla con aquel magnífico vestido rojo fuego, que se pegaba a su piel como un guante, se le pusiera tan dura como una roca.
Brad Jones lo vio y su semblante se volvió serio. Hizo un ligero asentamiento de cabeza para saludarlo y Daniel levantó su copa a modo de saludo.
— Buenas noches, señor Pitt— dijo Brad que minutos después se acercara a él. Aquel hombre lo ponía nervioso solo de verlo. Le debía mucho dinero y eso no le gustaba. Daniel Pitt era un tiburón que devoraba todo a su paso, a pesar de tener solo treinta y cinco años poseía una enorme fortuna hecha con sus propias manos pues por lo que sabía, su padre; Adolfo Pitt, quien fuera su amigo en la secundaria, fue solo un humilde sastre y su madre, Malena; tan solo una costurera.
Adolfo y Brad fueron amigos durante un breve tiempo en su adolescencia y cuando los padres de Brad se mudaron, mantuvieron su amistad a distancia por eso supo de su casamiento, pero en aquella época no existían las redes sociales, solo teléfonos y cartas, por lo que la amistad se enfrió y nunca más supieron uno del otro. Hasta que hace un tiempo atrás encontró a Daniel por casualidad y supo por su apellido que era hijo de Adolfo y fue así también como se enteró que había fallecido junto con su esposa.
A pesar de conocer a Daniel tan poco, no tuvo reparos en hechar mano a una vieja y efímera amistad con su progenitor para pedirle, en su desesperación por salvar su petrolera, que era el único sostén para su familia, una suma tan grande. ¡Claro que intentó pagarle! Pero una cosa llevó a la otra y sin darse cuenta estaba hundido en el lodo hasta la médula.
Daniel era respetado y admirado por muchos, también odiado y envidiado por otros, pero poco a poco fue haciéndose un nombre en el mundo de los negocios, y no solo era un hombre muy inteligente y perspicaz, sino también implacable. Ahora lo tenía en sus manos y no tenía ni la más puñetera idea de cómo pagarle. Había hipotecado su lujosa mansión familiar cinco veces, vendió algunas propiedades que tenía en Londres, Hawaii y Francia, sin embargo la deuda en vez de acabar subía cada vez más debido a los intereses. — Esta es mi hija Samantha— comentó Brad con reticencia  a la vez que Daniel le correspondía al saludo.
Para Brad no pasó desapercibido la mirada de deseo en los ojos de Daniel al observar a su hija. Y eso no le gustó en absoluto.
Samantha saludó cortésmente, su mente estaba ocupada pensando en la nueva marca de lencería que sacaría un diseñador famoso y que a ella le gustaban mucho sus diseños, por lo que no prestó mucha atención al acompañante de su padre.
Había tenido una pequeña discusión con él en la tarde, pues hubiera preferido mil veces estar en el desfile aquella noche y no en aquella maldita gala. Detestaba ese tipo de eventos en los que tenía que saludar como autómata y con una sonrisa falsa  a cuanto amigo o conocido le presentara su padre< piensa que son futuras conexiones a las que puedes acudir en caso de apoyo> decía él siempre que discutían sobre el asunto. Samantha observó algunas amigas con las que eventualmente compartía copas en discotecas y se disculpó para ir a saludarlas. < ¡Al fin encontraba a personas de su edad y con sus mismos intereses para charlar y no estar tan aburrida.
Antes de llegar al lugar del enorme salón en el que se encontraban ellas, su móvil vibró en su bolso; era su mejor amiga < ¡Maldita suertuda que no fue obligada a asistir a la gala benéfica y que sí estaba en el lugar dónde ella llevaba toda la noche deseando estar!
— ¡Lo conseguí!— chilló una voz femenina emocionada al otro lado de la línea y que casi deja sorda a Samantha— compré varios modelos para las dos, mañana paso por tu casa para que escojas.
— Gracias, amiga, nos vemos mañana— contestó Samantha emocionada— disfruta de tu noche que la mía ya está jodida.— terminó despidiédose y colgó para ir al encuentro de sus amigas.
***                          ***                          ***
Para Daniel aquello fue un golpe a su ego. Estaba acostumbrado a que las mujeres se rindieran ante él, no solo por su belleza física sino también por su fuerte magnetismo, riqueza y poder.
— Tienes una hija hermosa, Brad— comentó Daniel sin apartar su mirada felina de la deliciosa espalda que debido al amplio escote del vestido podía entrever casi el nacimiento de las nalgas femeninas mientras ella se alejaba. Daniel masculló por lo bajo al sentir nuevamente la maldita erección que amenazaba con romper la bragueta de su pantalón al deleitarse con aquel redondo y bien formado culito al que quería morder, saborear y follar hasta la saciedad.
— No me gusta tu tono, Pitt — balbuceó Brad con nerviosismo — Ese es mi único tesoro.
— Es bueno saberlo, Brad— respondió Daniel con voz dura observando ahora a su interlocutor— Si me la das cancelo tu deuda.
— No te voy a vender a mi hija, Pitt— exclamó por lo bajo en tono ansioso— Ella es lo único que me queda y es libre de escoger con quién quiere estar, no pienso utilizarla para pagarte. Tu deuda es conmigo, no con mi hija.
— Tú verás lo que haces, Jones — fingió desdén y lo miró con sarcasmo— Era solo una idea para que al fin tuvieras tu pasaporte a la libertad. Pero si prefieres pasar toda tu vida pagando una deuda que bien sabes que no podrás es tu problema. Eso si no me canso primero y decido recuperar lo que es mío y dejarte en la maldita calle a ti y a tu... hija.— respondió acariciando con su voz la última palabra.
Pero Brad Jones nunca tuvo oportunidad de responder o pagar nada, pues dos días después moría en una explosión en la petrolera a la que tantos años le dedicó.

Serás míaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora