Capítulo 15

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Un tenso silencio, que ni el cuchillo más filoso podía cortar, los acompañó en el trayecto de regreso a la finca.
Samantha estaba aún apenada. Reconoció, muy a su pesar, que Daniel tenía razón. Lo había juzgado al conocerlo, lo culpó por su situación y realmente nadie tuvo la culpa. Su padre solo intentó salvar su amada petrolera y la fuente de ingresos.
En cualquier caso, si había que buscar un culpable era ella. Ella que solo se dedicó a viajar, comprar y gastar el dinero sin preocupaciones.
Sí, se odiaba a sí misma por haber sido tan materialista.
Atacaba a Daniel porque no quería reconocer que su cuerpo vibraba cuando estaba cerca. La asustaba enamorarse de un hombre que solo representaba para ella la ruina de su familia, o al menos eso preferió creer, pues; la otra opción le asustaba sobremanera, y era que en el poco tiempo que llevaba de conocerlo se había acostumbrado a él.
Al final tendría que darle la razón también a Athena, quien fue la primera en descubrirlo y echárselo en cara, pensó recordando aquellas palabras de su amiga llenas de razón, pero...
¿Cómo reconocer que se estaba enamorando? No estaba en sus planes enamorarse y mucho menos quería hacerlo. Reconocer que Daniel se estaba convirtiendo en alguien importante en su vida la aterraba.
Era más fácil culparlo.
Era más fácil odiarlo.
Sabía que no era competencia, a pesar de que al inicio lo vio de esa manera, pero aún así no quería ceder.
No quería perder ante él. Era lo único que le quedaba.
El demostrarle que no siempre se obtiene lo que se quiere aunque para ello tuviera que sufrir ella también las consecuencias.

Sumida en sus pensamientos no se percató que el auto se había detenido hasta que sintió la puerta del conductor cerrarse con fuerza cuando Daniel salió.
Le debía una disculpa. Algo desanimada trató de alcanzarlo sin lograrlo, él entró a grandes zancadas a la casa.

Daniel entró molesto a la habitación. Decidió darse una ducha. «¿Por qué las mujeres eran tan difíciles de entender?», pensó quitando toscamente la camisa que traía lanzándola al cesto con molestia y rabia contenida.
Sintió la puerta abrirse y ahí estaba ella. No tenía ánimos de continuar con la discusión así que se dispuso a entrar en el baño pero la suave mano femenina lo detuvo.
—  Quiero disculparme —  comenzó Samantha — Reconozco que estaba equivocada con respecto a ti y sé que  no tienes la culpa de nada — prosiguió al ver que Daniel no decía nada, solo la miraba inexpresivo.
Respiró hondo tratando de desacelerar el latido de su corazón.
Un suspiro sutil se escapó de su garganta a medida que, sin poder evitarlo, recorría el torso desnudo y el pantalón semiabierto, con la mirada. Imaginaba aquel cuerpo dominante y sólido sobre ella, muy dentro de ella, para perder los estribos. Por lo que no pudo reprimir el deseo de tocar aquel  rostro tan varonil que tenía ahora tan cerca, por sentir nuevamente la textura de sus labios suaves sobre los suyos.¡Mierda! Maldijo ella internamente cuando él puso su mano poderosa y fuerte sobre la de ella para apartarla de él rompiendo la caricia.
  —¿Acaso te das cuenta de lo difícil que resulta contenerme ahora para no besarte? — soltó él de pronto aún con la mano de ella en la suya y mirándola fijamente — ¿Sabes qué deseo hacerte ahora? — inquirió y la observó morderse el labio inferior, cosa que lo ponía loco—  ¿Siquiera sabes todo lo que con solo este gesto tan inocente tuyo provocas en mí? - Daniel apretó sus dientes para calmar lo que estaba sintiendo en ese momento. Tratando de salir airoso de aquel instante tan bochornoso para él al sentir una potente erección.
  — Entonces no te contengas -logró decir con voz temblorosa. Aprovechó el desconcierto de él y se soltó de su agarre para volver a acariciar el rostro masculino. En este momento era presa de un torbellino de sensaciones que la estaba consumiendo con gran potencia y su cuerpo, cual marioneta ansiaba moverse al compás de su toque.
A ella también la afectaba la cercanía de Daniel y se había sentido decepcionada cuando pensó que ya él había perdido todo interés en ella. ¡Cuán equivocada estaba!
Su cuerpo, traicionero, deseaba que él la poseyera. Imaginando cómo sería entregarse a él.
   — ¿Qué? —  preguntó él, más por asegurarse que el deseo que sentía por Samantha no le estaba jugando una mala pasada. Por constatar el echo de que ella, por fin, estaba dispuesta a entregarse a él.
  — No quiero que te contengas. —  volvió a repetir ella segura. Hasta ella misma se sorprendió de la firmeza con la que dijo aquellas palabras devolviéndole la mirada.

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