Capítulo 23

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— ¡¿Me estás jodiendo?!– exclamó Athena molesta mirando con ojos abiertos a Samantha. – ¡No lo puedo creer!¿Es en serio, Sam?¿Una camarera en un bar de mala muerte fue todo lo que pudiste encontrar? Y de qué mierda te sirve el título en Gestión y Marketing que tanto estudio te costó. La maestría y los dos diplomados que hiciste...? Es increíble, es una mierda total– finalizó indignada.
Samantha suspiró con pesadez. Su amiga tenía razón pero todos los que se decían amigos de su padre le habían dado la espalda. Y ahí estaban las futuras conexiones de las que su padre siempre hablaba, en la basura. De nada valió. Nadie quiso contratarla y aún no entendía por qué.
— Tienes razón, lagartija– musitó sonriendo con cansancio,  recordando el viejo sobrenombre con el que solía llamar a su amiga cuando eran adolescentes debido a su cuerpo delgado.
— ¡Mierda, Sam!– bufó Athena interrumpiéndola con fingida molestia lanzando un cojín a su amiga y fallando estrepitosamente al no darle a su objetivo– No puedo creer que todavía lo recuerdes. – dijo sin poder evitar una sonrisa. Cosa que Samantha agradeció pues su objetivo era quitar un poco la tensión del momento.
— Al menos– retomó Samantha– me ayudará a pagar la renta y los servicios básicos.
— No deja de ser una putada del destino, Samantha, ejerciendo tu profesión aun empezando desde abajo ibas a ganar mucho mejor.
Athena recorrió por enésima vez el pequeño apartamentucho que Samantha había rentado y no pudo evitar arrugar la nariz. ¡Por Dios! Una diminuta habitación con  una estufa y una isla pequeña que servía a su vez de división entre la sala y la cocina. Un cuartucho con una cama personal, pues no cabía una más grande. Un closet sin puertas para colgar la ropa y una mesita de noche con una lámpara vieja, eran todos los accesorios que adornaban la habitación; y el baño no podía ser peor. Era de todo el lugar, lo más pequeño, con tan solo un sanitario para hacer las necesidades fisiológicas y una ducha, en la pared. Como único accesorio colgaba un espejo, desgastado por los años, en el que escasamente podía mirarse uno ni la ceja.
— ¡Por Dios!, ¿Samantha dónde demonios encontraste está maldita caja de fósforo en la que llevas viviendo ya una semana?; yo llevo solo diez minutos y ya me ha dado claustrofobia– protestó de nuevo Athena– ¡Regresa conmigo mujer! Puedes trabajar con mi padre en el buffete, él te lo propuso. Déjate ayudar y no seas orgullosa y testaruda. No eres una maldita mártir.

Samantha se levantó del raído sofá, que había sido blanco en un tiempo muy lejano, pero que ahora tenía parchos y remiendos por doquier. Se sirvió un poco de agua de la llave y la bebió.
— No acepté trabajar con tu padre porque no quiero que digan que estoy ahí por favoritismo. Quiero ganarme yo mis méritos, toda mi maldita vida fue una sombra de la de mi padre. No quiero eso para mí ya.– Samantha puso el vaso en la isla y se sentó nuevamente al lado de su amiga.– ¡Joder, Athena! ¿Crees que me gusta vivir así?¿Crees que me siento feliz? Te agradezco tu ayuda y la de tus padres pero creo que llegó el momento de hacer esto por mí misma. De hacer esto yo sola. Llámalo como quieras, orgullo, testarudez, o como mejor te plazca.  Y sí, puede que tengas razón, puede que esté equivocada e incluso puede que hasta me reviente contra el suelo pero tengo que demostrarme a mí misma que valgo algo, que puedo levantarme si me caigo.
— Está bien, Sam– suspiró Athena derrotada abrazando a su amiga– Pero nunca olvides que si caes yo estaré para ayudar a sacudirte el polvo, ¿me lo prometes?Prométeme que si ves que no puedes con esto me dejarás ayudarte. ¡Prométemelo! – insistió Athena al ver la renuencia de Samantha.
— Te lo prometo, lagartija– respondió con cansancio.
— Al menos me dejas ayudarte a mejorar un poco esta mierda de lugar que conseguiste– sonrió Athena con pesar.
— Está bien, mandona– bufó Samantha.

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— Hice lo que me pediste Daniel– comentó Álvaro, un amigo de infancia dedicado a la bolsa y que tenía ciertas influencias en el mundo de los magnates– Nadie la contrató como me pediste que hiciera. Tienes una manera algo peculiar de enamorar a una mujer, la chica te va a odiar– dijo con sorna.
— ¡No me toques  los cojones, Álvaro!– exclamó molesto– Ella tiene que venir a mí y suplicar por mi ayuda. Humillarse ante mí y después la mandaré a la mierda.
— Yo más bien lo que creo es que estás dolido por algo que ella te hizo y no me cuentas o más bien te rechazó y sientes vergüenza– regañó Álvaro– Todo lo hiciste mal desde el principio y por eso fracasaste en conquistarla. Debes ser más sutil.
Daniel miró furibundo a Álvaro y reconoció que quizá estaba en lo cierto pero ya la maquinaria había hechado a andar y no tenía retorno.
— Déjame a mí con mis métodos que ya asumiré las consecuencias luego. – farfulló molesto– Y dime,  ¿hiciste lo otro que te pedí?
— Síp, tu amigo el detective ya averiguó dónde vive y le debe estar llegando la citación.
— Bien. – musitó acariciando sus blancos dientes con la punta de su lengua satisfecho como cuando un tiburón se saborea después de devorar a su presa.

Serás míaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora