Capítulo 26

2.3K 104 3
                                    

— Te recuerdo que fuiste tú quien canceló el contrato ¿Recuerdas?– puntualizó ella con retintín.
Aún estaba dolida por las duras palabras que él le dijera en aquel momento.
— Eso no era motivo para que te largaras a escondidas ¿No crees?–acotó Daniel molesto.
— ¿Y qué querías, Daniel?– replicó furiosa– No podía seguir allí después de todo lo que me dijiste. Creí que era mejor así.

Un tenso silencio se instaló entre ambos.
— ¿Quieres algo de beber?– dijo él de pronto para ocultar sus nervios.
— ¿Es en serio, Daniel? – sonrió con amargura– Esto no es una visita para socializar y lo sabes. Primero el contrato, luego Italia, tuvimos sexo, me humillaste y estoy casi segura que fuiste tú quien impidió que consiguiera trabajo, y no te atrevas a negarlo, estoy segura que tuviste que ver en eso– prosiguió al ver la mirada culpable que él lanzó, corroborando sus sospechas– y para ponerle la tapa al pomo, me traes acá con la policía, esposada– enfatizó con dolor– ¿Qué quieres de mí, Daniel?– sollozó ella– ¿¡Qué mierdas quieres de mí!?

Daniel no pudo reprimir el impulso de abrazarla, de consolarla. La calidez del cuerpo femenino estremeció su pecho.
— Mi intención nunca fue herirte, Samantha– dijo de pronto sin interrumpir el abrazo– yo solo...
— Quiero que me dejes en paz, Daniel– soltó de pronto, alejándose de aquellos brazos fuertes que tanto anhelaba– Te lo dije antes y te lo repito ahora, no quiero nada de ti. Ya me quitaste todo y sinceramente no tengo nada más para darte, tú te encargaste de eso¿No?– respiró profundo para reprimir las lágrimas que amenazaban con salir. No quería llorar, no delante de él– Voy a salir por esa puerta y no me lo vas a impedir. Puedes meterme a la cárcel si quieres, ya no me importa nada.

Daniel la miró dolido. Definitivamente había perdido a la única mujer de la que se enamoró y todo por idiota, por no jugar mejor sus cartas. Debió ser más paciente, más inteligente. Pero todo lo que tenía que ver con sus sentimientos por ella le nublaban el juicio. «¿En serio piensas obligarla a estar contigo a pesar del asco que siente por ti?» meditó. Pasó sus manos por su cabello, desordenándolo en el proceso. « Debes dejarla ir» se dijo. Pero aquella opción instaló un profundo dolor en su pecho. Un dolor que lo estaba quemando por dentro.
— Tienes razón, Samantha– masculló, en contra de sus deseos; dolido, derrotado– Te libero– prosiguió y al hacerlo algo se desgarró en su interior– Tu deuda queda saldada en este instante y te garantizo que no volveré a molestarte– «aunque te lleves mi alma cuando salgas por esa puerta y solo quede un cuerpo vacío» agregó internamente.

La vio irse y supo que no solo salía de su casa sino también de su vida para siempre. La opresión en su pecho se acrecentó y a pesar del temblor en sus piernas logró servirse un trago de whisky para luego dejarse caer en el enorme sofá color chocolate. Su respiración se dificultó, o al menos así se sentía.
La humedad en su rostro, mientras de un trago se bebía todo el contenido de su vaso, le hizo caer en cuenta que estaba llorando, y eso lo extrañó. La única y última vez que lo había hecho fue cuando perdió a sus padres. Sonrió con amargura y se juró luchar por arrancarse todo aquello que estaba sintiendo. O al menos lo intentaría.

Samantha limpió sus lágrimas con el dorso de sus manos. « Te libero»«Tu deuda queda saldada»«No volveré a molestarte»Las palabras de Daniel habían quedado grabadas en su cabeza y en su pecho. «¿Acaso eres masoquista, Samantha?» se regañó internamente «¿Acaso no era eso lo que querías?»«¿Acaso pensaste que saldría tras de ti y te diría “te amo"?»« Definitivamente eres una idiota, Samantha» pensó con pesar.
Las palabra de Daniel habían cerrado un ciclo.
Habían dado un final.
Pero ella no quería uno, más bien necesitaba un comienzo.
Un comienzo... pero con él.
Ella tenía tanto amor para darle y sin embargo él no la amaba a ella y eso dolía. «¡Joder, sí que dolía!» gimió ella estrujando su pecho con una de sus manos, como si con eso pudiera calmar el escozor que sentía.
Bajó del autobús. Solo debía caminar tres cuadras para llegar a su pequeño piso.
Caminaba sin ver, absorta en sus pensamientos y las lágrimas inundaron nuevamente sus ojos.
Athena ya debía estar esperándola. Pudo localizarla desde un teléfono prestado pues el suyo lo había dejado en casa. Y aunque Athena se ofreció a buscarla ella rechazó la oferta. Necesitaba pensar, necesitaba llorar, meditar y la soledad que brindaba el enorme aparato de metal, dónde los pasajeros subían y bajaban ignorándola, le ofreció justo lo que necesitaba.
— Llevo un buen tiempo buscándote, Samantha.
— ¿Tú?– exclamó la chica mirando medio aturdida al hombre que tenía delante. Y de pronto todo se puso negro a su alrededor.

Serás míaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora