Daniel abrió la puerta cuando sonó el timbre y la vio parada delante de él con las manos esposadas.
— No era necesario traerla esposada Ramírez– bufó con gesto enérgico– ¡Quítalas de inmediato!– ordenó demandante.
Contempló sus ojos azules, ahora opacos, mientras le abrían las esposas, sus labios carnosos, su hermosa y sedosa melena dorada recogida en una coleta y algunos cabellos fuera de lugar y por unos segundos se le cortó el aliento.
Daniel imaginó mil veces este momento.
El momento en que volviera a tenerla frente a frente.
Por un instante creyó que sus sentimientos por ella habían mermado.
Por un instante, un mínimo y maldito instante creyó que actuaba por resentimiento— el rechazo, ¿Quizás?— que obraba solo por el mero placer de verla así, humillada, derrotada ante él. Sin embargo eso lejos de alegrarlo lo entristeció, lo molestó consigo mismo por ser tan malditamente orgulloso, testarudo y arrogante.
Estaba tan acostumbrado a tener lo que quisiera, que el orgullo herido lo hizo actuar sin medir las consecuencias catastróficas no solo para él, sino para ella también.
Ella que era su Némesis. Ella que era su talón de Aquiles.
Al verla esposada y derrotada no le satisfizo y sus verdaderos sentimientos lo golpearon de lleno en el pecho en un golpe profundo. Comprendió que lo que sentía por Samantha estaba más allá de sus deseos. Comprendió que Samantha Jones había logrado sin siquiera proponérselo, doblegarlo.
«¡Maldita sea!» masculló él en su mente mientras Ramírez se iba con los dos oficiales. Aquella mujer parecía un ángel. Un puto ángel que venía desde el mismo infierno para martirizarlo y robar la poca estabilidad emocional que le quedaba.
«¿¡Por qué demonios tenía que enamorarse de la única mujer a la que no le deslumbraba ni su poder ni su dinero!?»«¿¡Por qué demonios fue a enamorarse de la única mujer que sentía asco si él la tocaba!?» la disyuntiva en su cabeza le hizo recordar las palabras de Samantha en Italia y eso le recordó el motivo de que ella ahora estuviera ahí. Con él.
Y eso le endureció nuevamente la mirada.
— ¡Pasa!– ordenó apretando la mandíbula con fuerza y acallando de una vez sus malditos pensamientos. Controlar el deseo de abrazarla y besarla le estaba resultando una tarea titánica.Samantha lo siguió al interior de la lujosa mansión. El suelo de madera pulida le dió la impresión de estar caminando sobre un puente de vidrio del que podía caer en cualquier momento.
Daniel estaba vestido de manera informal pero sin dejar de estar impecable como siempre. Un pantalón negro y una camisa blanca desabotonada en los tres primeros botones mostrando una pequeña parte del pecho musculoso y fuerte que ella recordaba.
— ¿Puedes explicarme qué significa toda esta farsa?– inquirió furiosa Samantha y rezando por que su voz no temblara demasiado, una vez que llegaron a una de las enormes habitaciones de la casa. Todo decorado con muy buen gusto. Samantha solo reparó en la enorme chimenea de ladrillos que le daba un toque acogedor a la estancia y cubierta de numerosos cuadros familiares.
Estaba nerviosa. Aún no estaba preparada para enfrentarse a él. No después del daño que le hicieron sus palabras. No después de haberla utilizado como lo hizo. Rogaba por sentir de nuevo la calidez de sus manos sobre su cuerpo, el sabor de sus labios. Rogaba por que él acortara la distancia que los separaba para abrazarla y decirle que todo iría bien. Se regañó a sí misma por pensar de esa forma.
Él solo quería destruirla.
— ¿¡Estás de coña, no!?– bufó molesto pasando una de sus manos por la cabeza– ¿Y aún lo preguntas?¿Acaso no fuiste tú quien salió sin despedirse como toda una ladrona?– el tono sarcástico empleado, no pasó desapercibido para Samantha.
ESTÁS LEYENDO
Serás mía
RomantizmAl morir su padre Samantha Jones quedó en la más profunda miseria. La gran mansión en la que creció había sido hipotecada por su progenitor y estaba a punto de perderla. Daniel Pitt estaba obsesionado con una mujer desde que la vio en aquella gala b...