Capítulo 24

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— ¡Esta batalla no la vas a ganar Samantha!– culminó triunfal Athena cogiendo su bolso de marca para irse.
Llevaban ya un buen rato en la acalorada discusión para decorar  el diminuto departamento. Al final, de mala gana, Samantha aceptó pero con la condición de que fueran sencillos y del tamaño adecuado, y nada caro.
— Mañana paso por ti a tu trabajo para ir juntas y seleccionarlos– comunicó Athena dirigiéndose a la puerta
Ambas vieron con estupor a dos oficiales vestidos con su uniforme reglamentario y un tercero vestido con un traje impecable.
— Buenas tardes– comenzó el hombre de traje. Era alto y cabello plateado en las sienes– Estábamos a punto de llamar a su puerta– prosiguió él con gesto serio y mirada parca mirando a una y a otra indistintamente– ¿Cuál de ustedes es Samantha Jones?– detuvo su mirada en Samantha una vez que ella de identificó– Usted está siendo detenida, por lo que debe acompañarnos.
Un frío gélido se instaló en el estómago de Samantha.
Angustia.
Desesperación.
Temor.
Impotencia y...
¿Rabia?
Sus ojos comenzaron a picar debido a las lágrimas que amenazaban con salir.
Escuchó la voz de Athena, algo lejana, alterada, preguntando el motivo de la detención al hombre del traje.
Samantha colocó su mano derecha en el marco de la puerta para tratar de sostenerse en pie mientras su amiga entraba en una acalorada discusión con el hombre del traje. El aire comenzó a faltarle por lo que respiraba con dificultad y un sudor frío se instaló en su pecho y en sus manos.
Supo en ese mismo instante que él estaba detrás de aquella locura.  Supo que él había tenido que ver con qué nadie le hubiera dado empleo. Daniel Pitt quería verla arruinada, humillada.
—¿De qué contrato me habla usted?– inquirió Athena aturdida aún. Sabía de la deuda pero nada de un maldito contrato. Miró interrogante a Samantha pero el rostro pálido y el tenso silencio de su amiga le confirmó las palabras del trajeado.
— Eso solo le compete a la demandada– respondió el hombre del traje– Debe acompañarnos ahora. – Culminó dando órdenes a lo oficiales para esposarla.
Samantha caminó a la par de los policías aún aturdida. «No puedo creer que se atreviera a hacerme esto» gimió internamente. Sintió a Athena que la llamaba, pero ella no atinaba a nada. Un nudo profundo atenazó su garganta impidiéndole articular palabra alguna.
— Llamaré a papá, Sam, no te preocupes– chilló Athena siguiendo con paso apresurado a los oficiales que se llevaban a su amiga– ¡Esto es un atropello!– gritó con pesar al ver a Samantha esposada y subida a un coche patrulla como si fuera la delincuente más buscada. Sacó su móvil con manos temblorosas de la cartera para marcar a su padre.
Athena intentó seguir a la patrulla pero en su nerviosismo no pudo mantenerle el paso y los perdió. Frenó desesperada golpeando el timón de su auto con rabia e impotencia.
Después de varios intentos fallidos por contactar a su padre lanzó el móvil al asiento de al lado y gritó frustrada.
De pronto su móvil comenzó a sonar y lo tomó con rapidez.
— Lo siento cariño, estaba con un cliente y no pude contestar antes– explicó Blandes
— Se la llevaron papá, la policía se la llevó esposada como si fuera una delincuente– gimió Athena.
Athena le contó a grandes rasgos lo sucedido a su padre y quedaron en reunirse para tratar de saber a qué estación de policía fue llevada y preparar la defensa.

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Un cúmulo de sensaciones inconexas se apoderaron de Samantha. Ni siquiera era conciente del duro e incómodo asiento trasero del coche patrulla, ni siquiera era conciente que tampoco se habían desviado a ninguna de las estaciones de policía que conocía. Solo miraba con estupor las argollas frías y duras de metal que lastimaban sus muñecas. Ella no era una delincuente y sin embargo se sentía como una.
Se removió incómoda. Sus nervios estaban a flor de piel y escasamente pudo percatarse de que el coche patrulla estaba entrando a uno de los barrios residenciales. Solo lo hizo cuando el auto se detuvo frente a una enorme y lujosa mansión hecha de madera y llevada hasta la puerta.

— Esta no es la estación de policías– afirmó, más que preguntar Samantha. Pero no obtuvo respuesta de ninguno de los tres hombres que la acompañaban.– ¿Me pueden decir dónde estoy?– interrogó, aunque tenía la leve sospecha de dónde pudiera encontrarse. Pero igual, los tres orangutanes que la acompañaban, continuaron sin decir ni una palabra; solo se limitaron a escoltarla hasta la puerta de roble y tocar el timbre

Serás míaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora