Capítulo 22

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«¡Mierda!¡Mierda! Y mil veces !mierda!» maldijo Daniel entre dientes. Nunca nadie le había colgado el teléfono en la cara. Maldita Athena y maldita Samantha.
Rabia.
Impotencia.
¿Temor?
Era lo que estaba sintiendo. Creyó tener controlada la situación y todo se le había ido de las manos explotándole en la cara como granada.
Por primera vez había antepuesto sus sentimientos, por primera vez había sido burlado, humillado;  por primera vez había sido el hazmerreír, el payaso; y todo por culpa de Samantha Jones.
Caminó con pasos firmes y furiosos sobre el suelo de medera pulida y con gesto demandante dió órdenes de partir a su jet privado situado a escasos kilómetros de la casa principal.
— Vas a venir arrodillándote a mí, Samantha Jones– masculló para sí aún molesto.

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— Hola, amiga– comenzó, con voz temblorosa, Samantha al ver a Athena esperándola en el auto cuando salió del aeropuerto.– Voy a tener que pedirte asilo por un tiempo– sonrió con tristeza sin poder reprimir unas lágrimas al sentir el cálido abrazo de Athena.
— No seas boba, Sam–  bufó Athena con fingida molestia para animarla un poco– Sabes que siempre tendrás un espacio en casa.
Samantha asintió a modo de agradecimiento. Se sintió aliviada de que Athena no hiciera preguntas, al menos por ahora. La herida abierta en su alma aún sangraba. Y difícilmente podría articular palabra alguna sin estallar en llanto. Y no era el momento ni el lugar.
Puso su escaso equipaje en el maletero y entró al auto.
Aún estaba aturdida, sin entender lo que realmente pasó con Daniel.

De pronto el dinero de sus padres no era importante, ni las malditas apariencias, ni siquiera ya la mansión en la que había vivido toda su vida  le resultó tan necesaria ahora, no necesitaba una casa tan grande. Estaría en casa de Athena por unos días y luego intentaría buscar un trabajo que le permitiera pagar al menos un apartamento pequeño y modesto; con eso sería suficiente.
Por suerte había terminado sus estudios y aunque en un inicio tuviera que comenzar desde abajo hasta adquirir experiencia lograría rehacer su vida.
Y así se lo hizo saber a su amiga.
  — No es necesario que te marches tan rápido, Sam. – dijo algo molesta Athena.
— Lo sé – respondió apenada Samantha– Pero necesito levantarme de nuevo. Toda mi vida fui una mantenida de mis padres sin preocuparme por el dinero, ahora ya no están y tengo que acostumbrarme a eso y a valerme por mí misma. No quiero vivir a costa de tus padres, no sería justo.
— Lo entiendo, Sam, solo que no quiero que te apresures en irte. Así puedes ahorrar un poco y no establecerte en un cuchitril– finalizó Athena arrugando la nariz en un gesto gracioso que provocó la risa de ambas.

Serás míaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora