El descenso a los elegidos parte I

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"La sectarización representa un obstáculo para la emancipación de los seres humanos".

Paulo Freire.

Pov Elisa

Retire la mano izquierda del volante, mis dedos tenían un ligero temblor, un remanente del coraje que aun bombeaba esparciéndose por mis arterias, anclado en mi pecho. Contraje y estire los dedos para disipar el efecto, aferre nuevamente mi mano al volante, con los brazos tensos, los músculos de mi nuca rígidos tensaban mi espina dorsal; lo que más me enojaba es que aun después de su comportamiento impositivo con tintes machistas, de ese lado patriarca que desconocía de Carlos, la culpabilidad por haberlo dejado tirado a mitad de la carretera no dejaba de tamborilear sus dedos insistentes sobre mis sienes. Explosiva y arrebatada eran los dos adjetivos de mi personalidad por los que acababa de dejarme dominar.

Espejeé un par de ocasiones considerando la posibilidad de regresar. No, no lo haría; Carlos necesitaba una lección, además de que el ultimo desvió era justo el que pase hace unos minutos, acelerando a fondo con una gran sonrisa en los labios por mi decisión de no volver, en determinado momento perdí noción del motivo que hoy me tenía conduciendo rumbo a "Valle de bravo", acelere viendo como el velocímetro despuntaba, una libertad que hace tiempo no experimentaba me invadió, y así, lejos de él, de lo sofocante que se había vuelto su proximidad, esa pregunta se elevó dentro de este respiro de soledad.

¿Lo amas? ¿Aún quieres a Carlos? No a en lo que esperas que se convierta, no al recuerdo de lo que fue, de lo que eran juntos...

Sino a esta nueva versión que sepulto la mayoría de las virtudes que te enamoraron de él, en días ya lejanos, sino al real, a este hombre, con ínfulas de levantar un régimen totalitario dentro de nuestra familia y que cada vez desconocía más.

Sacudí la cabeza, disipando esas ideas, diciéndome en un intento de convencerme a mí misma que el amor debía estar allí, debajo de todo el enfurecimiento que ensombrecía mi juicio, después de todo cada una de las modificaciones drásticas que me obligué a emprender eran por amor, y más allá de Carlos y de mí, en medio se encontraban Adriana y Bruno.

Aunque no podía negarlo la palabra divorcio, últimamente circunvolaba a mi alrededor como hienas hambrientas en busca de roer los mismos huesos viejos en los que se convirtieron nuestros errores; en tantas noches angustiosas dándole vueltas en mi cabeza a esa pregunta

¿Existe un nosotros... todavía?

Tenía la creencia de que lo mejor para los niños; lo correcto, era que crecieran con Carlos y conmigo a su lado, sus dos padres dentro de un núcleo familiar. Una idea que se fundamentaba en una escala de valoración únicamente cimentada y edificado sobre mis propios traumas.

«No quería que carecieran de lo que yo a su edad, de su padre viviendo con ellos, todos los días».

Sin embargo, cuando soltaba todos esos temores hechos de las cadenas del pasado, todo cobraba una claridad irrefutable: sería mejor para ellos crecer con unos padres divorciados, pero en libertad. En esos momentos de lucidez, fantaseaba con una nueva vida... sin Carlos y por ende sin los elegidos.

La oscuridad de la noche descendió sobre el automóvil, para este punto debería estar más serena, pero era todo lo contrario mi enfado, se intensificaba y con este las millas que marcaba el velocímetro; una densa capa de niebla descendió sobre los faros, creando un efecto nebuloso que las luces altas traspasaban con dificultad, mi mente era un maremoto de vicisitudes donde las palabras de mi madre resonaban "yo crie a una mujer fuerte" mezclándose con las quejas de Carlos "eres muy permisiva y blanda con Bruno" y alrededor de todo este enjambre zumbante de voces, las enseñanzas del pastor merodeaban insistentes por insertar su aguijón en mi subconsciente:

Bruno y los elegidos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora