Un fin de semana inolvidable

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Habré dormido no más de un par de horas, ya que ahora la ansiedad era una constante en mi vida, sobre todo por las noches cuando el silencio hacia inevitable que terminara abriendo esos laberintos oscuros dentro de mi mente de donde emergían mis propios reproches, era durante esas horas silenciosas de insomnio, que dejaba que la culpa me abatiera, en medio de la oscuridad, cuando lo único que alumbraba la habitación era la luz de la luna filtrándose por las persianas, era cuando permitía que el dolor me devorara a carne viva, estaba fastidiada y cansada de lacerarme... tenía que encontrar la forma de parar, hacerme daño no solucionaría nada ¿pero cómo?

Alrededor de las 5 de la mañana opte por abandonar la cama, era un hecho que no sería capaz de conciliar nuevamente el sueño, debía alistar mi maleta, preparar algo ligero para el desayuno y dejar de traer cargando sobre mi espalda esos "sí hubiera" inútiles; por lo que a las 6:30 de la mañana después de una ducha breve, ya me encontraba aseada, vestida y presentable a la espera de que los primeros rayos del sol salieran para despertar a los niños. Pero mientras esto sucedía, me di unos minutos para mí, saboreando una humeante taza de café en el desayunador, esperanzada en mantener mi mente ocupada, le había insistido a mari en ayudarle a preparar el desayuno, pero argumentando que yo trabajaba mucho toda la semana, termino convenciéndome de dejarla encargarse ella misma como todos los sábados, mari era nuestra empleada doméstica asistía tres veces a la semana y para mí era un integrante más de la familia, había trabajado para la familia de Carlos desde que él, era niño y en los primeros años de vida de Andréi sus consejos y sabiduría maternal me fueron de gran ayuda.

Mientras mari, se mantenía ocupada en la cocina encendí el televisor, sintonizando el canal de noticias, sin prestarle demasiada atención, flexione una pierna, debajo de mi muslo, reacomodándome mejor sobre la silla de forma inquieta, una vez que termine mi café, apoye mi codo sobre la barra del desayunador, apoyando mi barbilla sobre la palma de mi mano, me mordía el labio inferior constantemente cuando perdí la mirada en un punto luminoso del televisor, era cierto estaba nerviosa, me preguntaba sí, como se dice coloquialmente "no me estaría metiendo yo sola a la boca del lobo" negué con un ligero movimiento de cabeza, "te has vuelto algo paranoica eso es todo" susurro a mi oído mi sentido común con seguridad.

Actualmente era difícil creer lo sociable que yo era apenas un año atrás, presentaciones, lanzamientos de productos, campañas publicitarias, cocteles, seminarios, era la primera de la agencia en estar allí y no solo eso, mi presencia jamás pasaba desapercibida o esos eran los elogios que solía recibir, me sentía bien entre las multitudes y mejor aún hacía sentir bien a los demás, tenía esa capacidad de transformar un rostro triste en una sonrisa en pocos minutos incluso en algunas ocasiones en carcajadas, me encantaba charlar con todo tipo de personas y encajaba bien en los eventos sociales, reía, intercambiaba opiniones y si el evento lo ameritaba incluso bailaba, me era fácil cerrar negociaciones y mejorar acuerdos mercantiles, además de que llegue a crear lazos fuertes se convirtieron en amigos entrañables, siempre creí tener un sexto sentido para evaluar rápidamente las intenciones de las personas, así como la sinceridad de sus acciones, confiaba en mi percepción y ese era mi filtro para dejar entrar a alguien en mi vida o para cerrar las puertas de forma definitiva. Pero esa era la versión mía de un pasado que ahora se veía distante e incluso idílico.

«La muerte nos va sucediendo por etapas, de poco a poco a lo largo de toda nuestra vida, eventos, vivencias o tragedias que sepultan quien éramos para desentrañar una nueva versión de nosotros mismos, aunque me aferro a creer, aún después de todo, que nuestra esencia perdura, sí tienes la suficiente valentía como para sobrevivir».

No obstante definitivamente, yo había cambiado, era otra persona ya no tan segura de sí misma, ni tan sociable, me había vuelto hermética y en cuanto a mis sentimientos para el mundo exterior había decidido guardarlos en una caja bajo llave, era cierto estaba abrumada y nerviosa por tener que ir a un sitio desconocido a pasar todo un fin de semana, lejos de la sensación de seguridad y salvedad que las cuatro paredes de nuestra casa me proveían y peor aún era tener, que convivir con el amigo de Carlos, que entre mi falta de capacidad para recordar rostros y los años que habían transcurrido, para mí era prácticamente un desconocido, esperaba recordarlo, aunque fuera solo un poco, al tenerlo de frente.

Bruno y los elegidos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora