ADIOS PAPÁ

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Pov Bruno

Al abrirse las puertas del tren con un leve sonido de succión, el frio gélido impacta sobre mi rostro, me sacude como si intentará sacarme de mi inactividad, cada detalle del exterior me atrapa.

Este es mi primer viaje en tren, lo abordamos en la Ciudad de Chihuahua me pareció singular que el tren tenga nombre: el Chepe, me fije por la leyenda sobre la carrocería que es la ruta del Pacifico recorre desde Chihuahua hasta los Mochis, Sinaloa, el paisaje por el que ascendió era una cadena de formaciones montañosas a las que mi vista no les hallaba fin, a donde volteará todo era un océano rocoso con zonas verdes y otras áridas una paleta de tonos cafés, el armatoste serpenteo por los rieles cuesta arriba, por varios tramos del camino la vista me hizo olvidarme del futuro inmediato.

Esta locomotora moderna avanzó tan alto surcando las cordilleras que las nubes se apreciaban a la altura de la ventanilla, el cielo azul de fondo se abría inmenso, atravesamos túneles y cruzamos un enorme puente metálico construido sobre uno de tantos de los acantilado y barrancos que diseñaban el paisaje, la temperatura descendió conforme la ruta se elevaba, la naturaleza rediseño caprichosamente lo que la lente fotográfica de nuestros ojos nos mostraba, pasamos de un clima cálido subtropical a un frío que se intensifico con rapidez, los pinos aparecieron por ambos lados, incluso cubriendo y recortando el lado del acantilado, el cielo se tornó grisáceo y a partir de ese momento la bruma que descendió sobre la locomotora ya no nos abandonó, pronto la nieve espolvoreo la punta de los pinos.

Pasamos la estación de Creel de largo, miré a Carlos de forma insistente incluso pensé preguntar, sino bajaríamos aquí, como había dicho, pero Camilo se me adelanto, pasaran por nosotros tres estaciones más adelante en Posada Barrancas, dijo.

Esa información anudó mi estómago. «¿Le mintió a la policía? No iríamos a Creel», esto está enclavado en la Sierra y por lo que entiendo todavía estamos lejos de llegar a nuestro destino.

Carlos y Camilo descendieron primero, dejándome atrás, al pie de la escalerilla absorto contemplé los alrededores largamente con ese recuerdo abriéndose paso en mi mente.

Hace dos años, mi papá Carlos, nos llevó a Wyoming, Estados Unidos, en nuestras vacaciones familiares, eran de las mejores que albergo en mi memoria sobre todo cuando la nieve comenzó a caer y no paró hasta vestir todo de blanco varios centímetros sobre el césped, cubriendo tejados, árboles y avenidas, Andréi, Adrianita y yo jugamos horas en el jardín del frente de la casa en la que nos alojamos. Él y Elisa salieron horas después, bañados muy tomados de la mano, mirándose de esa forma boba en que a veces hacen los padres, que yo en ese entonces no sabía traducir, y ahora no deseaba imaginar que les hizo tardar tanto, en fin, nos llevaron a patinar en hielo a un lago real, que estaba congelado, la experiencia fue fabulosa, no recuerdo la última vez que reí tanto. La nieve que imaginé, se consolidaría como un emblema de felicidad de los días de mi infancia, ahora cobraba un nuevo sentido, un sabor «inquietante», que me arrastraba a un sitio inhóspito.

Mi demora detonó que sus miradas apremiantes se prensaran de mí, de modo que me apresuré a bajar esos tres escalones, al apoyar el pie en el último, la pierna me falseó, apenas el día anterior deje de usar las muletas, la reacción de Carlos fue instantánea, en un giró rápido paso su brazo por detrás de mi espalda y sujeto mi codo, evitando que cayera. Desde esa tarde, está era la primera vez que sentía su tacto, que por fin me veía de nuevo a los ojos, no tuve valor de sostenerle la mirada, ya no albergaba duda alguna lo había herido profundamente, lo que hace meses inicio como una fisura en nuestra relación ahora era un abismo, y si aún quedaba un cordel que nos unía, yo me encargue de romperlo con ese arrebato visceral.

Bruno y los elegidos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora