Las catacumbas parte II

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Correr envueltos por una oscuridad perpetua, no es posible, y... aun así, el miedo nos instó a salir a toda velocidad, el haz de luz de la lámpara que hendía momentáneamente el camino, dándonos visibilidad era el mismo que aumentaba nuestra angustia, pues en un juego perverso, Danilo lo direccionaba desde la habitación donde se quedó de pie, siguiendo con la mirada nuestra huida,

«Les daré una ventaja de diez minutos y después iré por ustedes», nos advirtió.

Apago la lámpara y así nos perdidos en la negrura más absoluta, fue como de repente esa carrera frenética, se convirtió en un avance lento, pavimentado de trompicones, entre caídas al resbalar con los charcos de agua anegada e intentos torpes por ponernos de pie a toda prisa y correr de nuevo, resbalábamos y caíamos de bruces, arrodillados o de costado, apoyaba las palmas de las manos, entre el lodo para volver a ponerme de pie, debíamos detenernos, el ruido que se producía al pasar entre los charcos, resbalar y caer, le daría con certeza nuestra ubicación, apenas comenzara a buscarnos, además así a ciegas, no llegaríamos a ningún sitio.

—Camilo, detente —pronuncie, exasperado —al estar los dos de pie. Apretó mi brazo del que me tenía atenazado. —El encendedor ¿aun lo tienes? —le pregunté —Enciéndelo.

—No. Si lo encendemos, verá la luz y vendrá por nosotros —advirtió con una voz chillona.

—Y sino lo enciendes, seguiremos tropezando y cayendo. Hemos estado más tiempo con el trasero pegado al piso, que, de pie, entiéndelo, necesitamos ver a dónde vamos —le refuté —Es más dámelo —a tientas me encontré con la mano con la que lo sujetaba y se lo arrebaté.

Teníamos los pantalones, mojados y enlodados hasta las rodillas, ejercí fricción sobre la rueda del encendedor, seguido del clásico chasquido, una flama agitada, ilumino nuestros rostros, apunté el encendedor hacia nuestros pies y comprobé que el piso de piedra caliza estaba atestado de charcos, lo elevé alcanzando a percibir gotas que se trasminaban desde el techo, la humedad intensificaba el frio.

—Ya apágalo, Bruno, ya vimos suficiente, es derecho —me instó —sus ojos eran dos grandes huecos en su cara —solté el pulsador del encendedor y de nuevo quedamos en completa oscuridad.

—Cada veinte pasos lo encenderé —le compartí.

El silencio era pernicioso, no me dejaba pensar, solo de imaginar a Danilo a mitad de la habitación, inmóvil con el bate sobre su hombro, observando como entrabamos en el túnel, sin inmutarse en lo absoluto, deleitándose a sabiendas de que no teníamos oportunidad, su voz incorpórea a la lejanía, que era el último registro que teníamos de él, me erizaba todo el cuerpo.

«Corran, escóndanse, les quedan cinco minutos, sólo lo hacen más excitante, los encontraré».

Entre apagar y activar el encendedor, nos encaminamos, guiados por la llama temblorosa que no lograba iluminar más allá de un nuestras narices, unos breves segundos de luz, que al apagarlo eran intercambiados por penumbras inquietantes, al avanzar únicamente con la imagen mental del camino impresa en nuestras retinas, era como ir navegando entre flashazos, que en un parpadeo nos llevaba de la luz a la oscuridad, luz, oscuridad, luz, oscuridad, el temor se recrudecía, solo de pensar que la siguiente vez que prendiera la llama del encendedor me encontraría con el rostro de Danilo de frente, era urgente que halláramos un medio de iluminación continuo.

Maldije, en mi cabeza, una infinidad de veces que la lámpara quedara al lado de mi mochila, no tener el tiempo para tomarla, y antes de que me enfrentara a aceptarlo, fue Camilo quién pronuncio lo que ambos, ya sabíamos.

—Este no es el túnel. Bruno, nos perdimos —musito con un sollozo apagado.

Entre las caídas, los trastabilles, correr de forma desenfrenada, antes de que la sangre me regresara al cerebro y tomara las riendas de la situación para pedirle el encendedor, al creer escuchar sus pasos, viramos a la derecha, a tientas atravesamos uno de los tantos cuartos, y después al tocar con pared, dimos vuelta a la izquierda, era cierto hace mucho que no andábamos por el túnel principal que Darío nos indicó, y ahora con la breve luz del encendedor constataba que "las catacumbas" eran un laberinto entre túneles y cuartos, sin embargo, en el caos, tuve la precaución de bosquejar un mapa mental, por lo que, solo necesitábamos regresar al túnel principal.

Bruno y los elegidos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora