Darío

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Pov Camilo

La tarde era fría y en el cielo nublado hilachas de bruma se rediseñaban sobre las cimas de las cordilleras según el capricho del viento, el ventanal empotrado en lo alto de la galería recortado por dos vitrales debía ser uno de los que proveía las mejores vistas en la hacienda, tuve oportunidad de admirar el exterior durante los minutos que debí aguardar detrás de la reja, el eco de sus pasos me alertó, no fue hasta que atravesó el vestíbulo que se hizo visible desde el ángulo donde me encontraba, subió por la escalera principal, la misma por la que hace quince días ingrese , saco su llavero e inserto la llave en la cerradura del candado que mantenía la puerta de herrería cerrada, entreabrió solo lo suficiente para que pudiera pasar, me detuve unos pocos escalones abajo, aguardando a que la cerrara, Darío era minucioso hasta el desquicie en verificar que esa puerta siempre quedara bien cerrada, repetía la operación, siempre el mismo número de veces de forma compulsiva, al escuchar esa llave desactivar y activar el seguro por tercera vez, agache la mirada, «no tarde en notar que esta solo era parte del repertorio de una serie de actividades que repetía de forma esquematizada y a mi parecer sin razón coherente».

Paso a mi lado y se enfilo al frente.

—Muévete, no te quede atrás, sígueme, tenemos el tiempo encima —me apresuró —hoy como una tarea extra tendrás que alistar la recamara de visitas, mi padre quería que lo hiciera yo, como si no tuviera suficiente con andarlos arreando —farfullo indignado —por eso lo harás tú, mantente callado y no toques nada hasta que lleguemos.

Avanzamos de frente y antes de llegar al vestíbulo, viramos en el primer pasillo a la derecha, fue inevitable, que mis ojos no quedaran prendados sobre el portón de madera de la entrada principal, por una fracción de segundos su imagen ciclópea alentó mi paso y enfrasco mi atención en cada uno de sus detalles, las bisagras, el grabado e incluso, la mirilla, despabilé cuando Darío ya se encontraba a medio pasillo de distancia, acelere el paso y al acortar distancia entre los dos, sincronice el ritmo, siempre guardando distancia «como nos ordenaba».

Al llegar al pasillo que conectaba con la casa principal de la hacienda, las puertas cerradas y los enrejados, eran sustituidos por pasillos amplios que conectaban con un patio central donde la fuente de cantera armonizaba con el borboteo constante del agua, todo el perímetro se adornaba de macetones con flores. Pasamos de largo el gran salón (que no era más que el comedor familiar), nunca había pasado de ahí, al pie de las escaleras Darío dio media vuelta miro en todas direcciones y con su índice me hizo la señal de que guardara silencio, ascendí a hurtadillas detrás de él, que de igual forma silencio sus pasos, al llegar a la habitación del segundo piso, abrió la habitación, me indico que entrara y con sumo cuidado cerró la puerta.

Se dejo caer en uno de los sillones con una sonrisa triunfal, estiro los brazos y coloco sus manos detrás de su nuca de forma relajada.

—Primero vas a aspirar, después lavas el baño y las ventanas y por último colocaras las cortinas limpias y tenderas la cama. No te quedes solo viéndome, movilízate tienes menos de una hora. La aspiradora está en el closet —informo.

Cumplía cada una de las tareas bajo su estricta supervisión, todo se debía hacer «a su modo, que era el correcto», según él. 

Y cada vez que no le parecía como lo hacía, intervenía dándome una pequeña muestra puntualizando cada paso a seguir, como si las acciones se encontraran diagramadas en su cerebro con absoluto detalle, entre quejas por mi incompetencia, resoplidos y expresiones como «quítate, lo haré yo, es increíble que no logres hacerlo, si es tan sencillo», para después, dejarlo a medias y delegarme de nuevo el trabajo, por fin terminé en tiempo y hora.

El descenso fue más complicado, tuve que agazaparme en el filo una de las puertas del pasillo superior, con el corazón en la garganta, cuando el Sr. Bernal, salió una habitación contigua, exhalé aliviado, en el instante que tomó el pasillo contrarias, Darío se asomó desde el cubo de las escaleras dándome la señal para que avanzará, al llegar al jardín, me escondí detrás de una columna con la cara mimetizada en está vi cómo me indicaba que el camino estaba despejado y corrí a la cocina.

Bruno y los elegidos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora