Mundo detente, que yo aquí me bajo

225 11 4
                                    

Pov Elisa

La carretera de vuelta a la ciudad nos mantenía avanzando en una línea recta y prolongada, desde hace más de una hora, Carlos conducía a una velocidad moderada y constante, lo que provocó que los niños se quedaran rápidamente dormidos.

Cuando prestas atención el silencio tiene un sonido muy particular, que se encarga de aumentar las reverberaciones de tus pensamientos, siempre y cuando seas capaz de enfrentarte a ti mismo; y justamente eso era lo que ahora hacía, mientras veía pasar esas llanuras al lado del camino entre kilómetros donde el paisaje era aletargantemente repetitivo, entre incontables pajares que se elevaban en forma de triángulo y al fondo espesos bosques con una que otra pequeña vivienda, que se aferraba a existir en medio de la nada, estos me sumieron en ese estado reflexivo

«Intentábamos ser adultos, hacer las cosas bien y fue frustrante ver como todo se había salido de control, hoy habíamos cruzado un punto sin retorno»

No importo cuantas veces insistí llamando a la puerta del baño esta mañana, Bruno simplemente no abrió y cuando escuche el sonido del agua saliendo de la regadera, supe que necesitaba darle tiempo y espacio a mi hijo, sí bien era cierto que no estaba fascinada con la idea de que Carlos lo hubiera castigado, sin que antes nos sentáramos él y yo a hablarlo, tampoco podía restarle autoridad, culparlo por fungir como su padre, ambos teníamos el mismo derecho de corregir a nuestros hijos y sí yo, no confiaba en mi esposo, esto simplemente no iría a ningún sitio, en esta ocasión por lo poco que logre presenciar y lo que me conto había actuado con la cabeza fría, previamente sostuvieron una charla y el castigo había sido proporcional a la falta, así que si nos ceñíamos a las enseñanzas de nuestra Iglesia, lo único que podía reprocharle era no haber colocado el seguro de la puerta y así evitar la vergonzosa e innecesaria exhibición a la que fue sometido Bruno.

 Decidimos, que por el momento la siguiente prioridad era bajar al despacho a enfrentar a Octavio, aplazarlo solo tensaba más la situación e incrementaba los nervios de Carlos quien, intentaba ocultar sin mucho éxito, conforme avanzábamos por las escaleras lo tome de la mano entrelazando nuestros dedos, levanto el rostro y la comisura del labio 

—gracias —murmuro, sonreí nerviosa —aún no agradezcas, deja que salgamos vivos de aquí.

 Apenas atravesamos el marco de la puerta del despacho de su padre a los dos se nos borró esa tenue sonrisa, intentamos tener una plática civilizada exponerle la razón de nuestra decisión pero Octavio se mantuvo hermético con una expresión de decepción que incluso a mí, me incomodo y supe lo mucho que había repercutido sobre Carlos y sí por un momento, su mutismo junto con esa mirada fija, me dio la falsa idea de que por un segundo estaba siendo receptivo, cuando pego con el puño cerrado sobre el escritorio y bramo tomado por la ira

 —Es una secta, Carlos, una secta en verdad cómo es posible que no lo notes, tiene todas las señales. «supe que se había terminado» Carlos se puso de pie con los ojos inundados en cólera

 —No te voy a permitir que le faltes, el respeto a mis creencias, soy un adulto, aunque tú y mi madre nunca lo acepten y la religión que yo profese no es asunto suyo.

 A partir de ese momento los ánimos se encendieron y aunque intentamos llevar esto con la mayor discreción posible al salir y ver los rostros preocupados de Tavo y Adriana, que eran los únicos que estaban en el comedor desayunando, supe que seguramente esa discusión se filtró hasta sus oídos. En cuanto a Rubén debía seguir dormido en la recamara de huéspedes que fue donde lo acompañe y ayude a recostarse cuando regresamos de la farmacia, tras la crisis de asma que experimento, el susto y  el cansancio debió sumirlo en un sueño profundo.

Respecto a Antonio y su familia nos habían dejado una nota agradeciendo nuestra invitación y hospitalidad, pero debido a que era domingo, debieron marcharse temprano para llegar a tiempo a la reunión dominical de la congregación «aunque yo estaba segura de que, su repentina partida, seguramente tuvo que ver con que al llegar al comedor, alcanzaran a escuchar la disputa que manteníamos a puertas cerradas en el despacho y evitando convertirse en el epicentro de un conflicto que no les correspondía, huyeran»

Bruno y los elegidos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora