Fortaleza

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Se desplazó del otro lado del escritorio, al darse la vuelta colocó sus manos a la espalda con la postura recta y la barbilla elevada nos analizó con minucia.

—Darío, Emiliano, ya pueden dejar de sujetarlos —ordenó

Ambos chicos dieron dos pasos a un lado de nuestros respectivos costados con una sincronía perfecta.

Al estar de pie y de frente a él, pude percibir que era más alto que mi padre o quizás era la percepción que me daba, después de todo cuando tienes quince años y en todo lo que el desarrollo ha reparado en comenzar a activar es haber crecido diez centímetros más en los últimos dos años, unos cuantos vellos en la zona pélvica y una que otra espinilla fastidiosa apareciendo de vez en cuando, tener a un verdugo que te dobla la edad, lo convierte ante tu vista en un Goliat, sencillamente el Sr. Juan Manuel, era intimidante y no solo por su estatura, y esa espalda ancha y cuadrada de las dimensiones de la caja principal de seguridad de un banco, si no por esa mirada severa que nos juzgaba sin clemencia, sus facciones eran rígidas, las de un hombre que si alguna vez sonrió, ya lo había olvidado. Pulcro de pies a cabeza, portaba un abrigo verde oscuro, el cabello negro con canas nacientes al frente cortado al ras, de tez trigueña y afeitado.

—Darío, serias tan amable de decirme a quienes tenemos aquí. Después de todo pertenecen a el ala de la hacienda que tú vigilas.

—Sí señor —respondió «con un tono tipo militar que me alarmo». —El de la derecha es Camilo Gutiérrez, forma parte de nuestra comunidad desde su nacimiento y hasta hace una semana era un miembro excepcional. Del lado izquierdo Bruno Ferret, hijo de una de las familias que recientemente se unió y por su expediente de una conducta que deja mucho que decir.

«¡Expediente! ¿Desde cuando tenía, yo un expediente? Una mejor pregunta era ¿Qué no los expedientes eran para los presos?».

—¿Quiere que le enliste las faltas de cada uno? —preguntó.

El Sr. Juan Manuel, que no se había movido de detrás de su silla, prensó las manos sobre el respaldo.

—No, no será necesario. Me sé sus pecados al dedillo.

«Pecados».

—Soy un hombre de pocas palabras, no soy de dar largos discursos, pero como al parecer la noche de ayer no les quedo claro la explicación que les dio Darío de cuáles son las reglas que rigen mi hacienda, me tomaré unos minutos para aclararles su situación: se encuentran en la Hacienda Encinillas, de la cual mi familia es propietaria desde hace 138 años, mi abuelo luchó en la Revolución Mexicana para que no lo despojaran de nuestras tierras, años después mi padre se unió a la guerra de los Cristeros, por lo que me inculcó la fe desde muy niño, al crecer los elegidos me encontraron y como en todo cambio, siempre existen quienes se oponen y requieren de mas que la palabra de Dios para lograr su transformación, es que yo llegue a formar parte angular de la congregación de los elegidos, mi trabajo es sencillo con mano dura, trabajo y oración transformo a las manzanas podridas en fieles ovejas.

«Vaya, menos mal que no le gustaban los discursos».

—Ahora, ¿Quién inicio la pelea? —demando arrugando la frente.

—Fui yo, Sr. Juan Manuel —salto la voz de Camilo, presuroso.

—No, ni te atrevas, eso es lo que ya no soporto de ti. El bueno de Camilo, Don perfección, el mártir en acción, que intentas demostrar ¿Qué eres mejor que yo?

—Sr. Ferret, cállese. Cómo se atreve a discutir en mi presencia —su voz fue un trueno. Qué me hizo recordar donde me encontraba, quede mudo.

Camilo me dedico una mirada de preocupación y tuvo la sensatez de no hablar.

Bruno y los elegidos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora