Capítulo 39

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—¿Por qué la caca de los bebés apesta tanto? –Alessandro arrugó la nariz.— ya no me gusta ser padre.

—Pues te aguantas –le pasé el pañal.

—¿No existe un hechizo que haga que sus desechos huelan a... no se, algo agradable? –lo miré.

—Es caca, no se supone que huela agradable –terminé de ponerle el pañal a Persé— deja ya de llorar que no es para tanto.

—Claro, como a ti no te tocó limpiar al bebé con el intestino podrido –reí.

—Pa... –nuestros ojos se enfocaron en Eros.

—¿Escuchaste lo mismo que yo? –me preguntó. Asentí.— repite lo que dijiste –le dijo al bebé.

—Por supuesto, él te entiende –bufó.

—¿Quién es el bebé más hermoso y fuerte de todo el mundo? –agudizó su voz hablándole al pequeño.— tú lo eres, tú eres mi pequeño cachorro –sonreí, la mayor parte del tiempo Alessandro se mostraba como un hombre duro e imponente, pero cuando estaba con los niños (o conmigo) esa armadura se esfumaba, y daba paso a ese hombre tan dulce y tierno que cada día me enamoraba más.

—Pa... pa –rió.— ¡tata! –dijo con voz chillona.

—¿Lo escuchaste? Sus primeras palabras fueron papá –habló Alessandro emocionado.

—No, yo le escuché decir tata –le tomé el pelo.

—Estás celosa porque no dijo mamá –me dió un zape.

—¡Mamá! –la pequeña Perséfone dió un brinco en mis brazos.— mamá, mamá, maaa –empezó a balbucear.

—¿Escuchaste? –dije emocionada.

—Ya no eres mi favorita –le dijo Alessandro a Persé. Reí.

—Es increíble la conexión que tienen, es decir, dijeron sus primeras palabras, casi al mismo tiempo –dije asombrada.

—No cabe duda de que tendremos mucho trabajo para controlar a estos dos –Alessandro besó la mejilla de Eros.










(...)





Habían pasado tres años desde la conversación con la familia, todavía la recordaba fresca en mi memoria, como si hubiera sido ayer.

Desde entonces Alessandro se había vuelto como un guardaespaldas en la vida de Perséfone, de por si ya era sobre protector ahora con esa advertencia parecía un francotirador esperando para disparar.

En estos tres años los niños crecieron rápidamente, parecían de seis, ya hasta podían hablar y eran muy inteligentes. Para mi era algo sorprendente que unos niños de dos años tuvieran esa destreza tan rápido, siempre que los veía recordaba que eran sobrenaturales para no volverme loca.

En este tiempo me había adentrado más en la manada, me volví la mano derecha de Alessandro y lo acompañaba en reuniones y en toma de decisiones, me alegraba que él me tomara en cuenta para cosas tan importantes. También ayudaba a algunas mujeres en el parto y me gustaba ayudar a los demás en cuanto pudiera, decían que era una luna digna de su manada y que mi forma de "gobernar" se parecía a la antigua luna que tanto veneraban aquí, aquella que se llamó Diana.

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