Aún sin poder creer lo que había pasado hace unos minutos, Alessandro y yo continuamos con nuestro festejo. Luego hablaríamos con los niños y les explicaríamos quien era aquel extraño, omitiendo algunos detalles, obviamente.
No recuerdo cuantas veces bailé con cada miembro de mi familia, solo se que cuando estaba bailando una última canción con mi padre adoptivo, se en había roto un tacón. Gracias a Dios Elisa me trajo unos zapatos de repuesto.
—Mamá –el pequeño Eros llegó a mi lado.— tienes que venir conmigo –empezó a jalonear mi brazo.
—¿Qué pasa? –pregunté preocupada al ver su insistencia.
—Es Persé, ella... está haciendo algo raro –continuó jalonenado.— ven, por favor –le di una mirada rápida a Alessandro y él rápidamente vino junto a nosotros. Me puse de pie y me dirigí a Elisa.
—Volveremos en unos minutos.
—¿Van a irse de su propia boda? –suspiré.— ¿qué anda mal?
—No lo sé, pero tiene que ver con Persé –contesté.— procura que no se den cuenta de que no estamos –asintió.
—Vale, si es algo de peligro llamar de inmediato –asentí, y Alessandro y yo salimos del bosque guiados por Eros.
—Eros, ¿puedes decirme qué carajos está pasando? –soltó Alessandro. Le di un codazo, no me gustaba que se dirigiera así a los niños.— ¿qué sucede con Persé? –corrigió.
—Estábamos jugando y todo estaba normal, pero de pronto entró en un tipo de transe –miré a Alessandro alarmada.— empezó a alejarse y la llamé, pero no me hizo caso así que la seguí para saber a dónde iba y...
—¿Y qué? –solté angustiada.— ¿a dónde fue?
—Al cementerio, cuando vi que entró me di la vuelta corriendo y vine a buscarlos.
—Dios mío, ¿crees qué...? –mi voz se detuvo al ver a Alessandro.— oh no.
—Rápido –Alessandro tomó a Eros en sus brazos y empezamos a correr en dirección al cementerio.
Rogaba porque nada de lo que estaba pensando se volviera realidad. Amadeus dijo que el hechizo que ella poseía para ocultarla de su mate le funcionaría unos cuantos años, así que ponía toda mi fe y confianza en esa alegación para convencerme de que por ahora mi niña estaría bien. Sin embargo, nada tranquilizaba los latidos frenéticos de mi corazón.
Sea lo que sea que estaba pasando, no sería nada bueno.
Al llegar al cementerio empezamos a gritar el nombre de Perséfone tratando de encontrarla, pero la niña no respondía.
—¡Perséfone! –grité.— mi niña, ven con mami –susurré desesperada. El no encontrar a mi hija y tener total desconocimiento de lo que estaba pasando, me tenía los nervios a flor de piel. Estuve a punto de hacer un hechizo localizador cuando empecé a escuchar una risa que tenía varios años sin escuchar.
—Sam...–susurré.
—¿Qué? –preguntó Alessandro confundido. Lo tomé de la mano (él aún seguía Eros en brazos) y los llevé hacia donde se encontraban las tabas de Sam y Athan.
Al llegar allí, mi sangre se heló completamente.
Persé se encontraba frente a dos nubles resplandecientes que se encontraban flotando encima de las tumbas de mis amigos.
—¿Qué... demonios? –Alessandro estaba sin aliento.
—Hola, hermanito –ahora se escuchó la voz de Athan, rápidamente mis ojos se llenaron de lágrimas, esto era irreal.