Capítulo 28

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La miré horrorizado.

—No me jodas –dije estupefacto.— ¿cómo demonios voy a estar embarazado? Aquí la embarazada eres tú –Artemisa lanzó una carcajada.

—Así es, pero tú estás padeciendo mis síntomas.

—¿De qué demonios estás hablando? –pregunté desconcertado.

—De que yo no padezco los síntomas de mi embarazo ya que los estás sintiendo tú –dijo simple.

—¿Es eso posible?

—En gemelos, si, pero tú eres mi mellizo, no se porque sucede en este caso –frunció el ceño.

—Esto es una maldita locura –tragué saliva. Por un momento creí que iba a vomitar.

—Mis niños –mi padre hizo su aparición.

—Papá, que bueno que llegas –habló Artemisa.— tenemos una situación aquí –nuestro padre tomó asiento.

—Elisa me comentó de que estás enfermo, ¿que te sucede?

—Tiene todos los síntomas de que está embarazado –contestó Artemisa como si nada. Mi padre lo miró desconcertado.

—¿Cómo... qué? –frunció el ceño confundido.

—Hasta el momento, yo no he sentido ninguno de los síntomas de mi embarazo, pero Apolo si.

—Comprendo...–mi padre asentía mientras procesaba la información.— tú estás sintiendo los síntomas de ella –me dijo.

—¿Cómo por qué? –pregunté confundido.— no se supone que eso solo pasa en el padre o con el gemelo, no con el mellizo.

—En algunos casos es así, pero recuerda que más allá de ser mellizos, ustedes poseen una conexión mucho más fuerte –dijo.— ¿cuando empezaste a padecer estos síntomas?

—Hace como una hora y media, creo –contesté.

—Antes de eso el había tocado mi vientre un par de veces, y cada vez que lo hacía sentía un punzón –comentó Artemisa.

—No es nada fuera de lo común en el mundo mágico –dijo él.— lo del punzón sucede porque el bebé reconoce a Apolo como su familia, como alguien especial diría yo, y lo de los síntomas... es algo normal.

—Claro, y como siempre a joderle la vida al ruso –me quejé. Artemisa rió.

—Ya puedes decir qué se siente estar embarazado –la miré mal.

—¿Hay alguna forma para dejar de sentir esto? –me quejé. Mi padre negó.

—Se va con el tiempo –contestó.— te compadezco, hijo –lo miré indignado.

—No me digan que cargaré con esto hasta que nazca el bebé –dije horrorizado.

Mi padre estuvo a punto de hablar, pero el vomito fue más rápido.

Hice la cabeza a un lado y vomité todo lo que había ingerido en el día. El sabor ácido y desagradable reinaba en mi paladar. Por un momento creí haber expulsado mis órganos al ver el desastre que había en el suelo.

—Que asco –Artemisa arrugó la cara.

—Siento que voy a morir –dije sin fuerzas. Sentía que todo me daba vueltas.

—Traeré a alguien para que limpie este desastre –dijo mi padre. Segundos después le escuché salir del cuarto.

—Lamento que estés pasando por esto –Artemisa habló con pesar.— yo...

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