¡PARA DESPEDIR A NUESTRO AZRIEL!
AZRIEL'S POV:
—Entonces volverás a Italia –dijo Isaiah a través del teléfono.
—Si, debo descubrir quien fue el bastardo que quiso matarme –gruñí.
—Creí que la Diosa griega te había vuelto bueno, al parecer falló en algo –bromeó.
—Te voy agradecer que no vuelvas a mencionarla, ¿estamos? –dije serio.
—Si, vale –contestó.— ¿cómo estás tan seguro de que quien quiso matarte está en Italia?
—Porque ahí están todos mis enemigos –dije obvio.— y si no está allá, pues lo estará cuando yo lo esté, de seguro me está persiguiendo.
—Es lo más probable.
—Te dejo, hablamos luego.
—Adiós, cuídate.
—Si, tú también.
—¡Ja! –lanzó una carcajada.— no puedo creer que me respondas el "cuídate", esto es algo digno de escuchar.
—Que te jodan –gruñí y colgué.
Me quedé mirando el fondo de pantalla en mi teléfono por un momento. Era la foto que le había tomado a Artemisa en el parque cuando estaba desprevenida, desde ese día esa foto ha adornado mi teléfono. Pensé en quitarla, pero no quería hacerlo, me gustaba verla cada vez que encendía la pantalla, me transmitía paz, me calmaba.
No fue nada fácil alejarme de ella, pero era lo correcto, si la privada de su libertad ella me odiaría y no podía vivir con eso. Además, sabía que ella sería feliz con el mequetrefe de Alessandro, él no la merecía, ni yo tampoco... a decir verdad, nadie en este mundo merecía ese monumento de mujer.
Me alarmé cuando escuché un estruendo en la parte baja de la casa, rápidamente salí del cuarto y me preparé para transformarme en cualquier momento.
Bufé cuando vi que quieres habían provocado el sonido eran Alessandro y Apolo, el primero estaba notablemente furioso.
Me crucé de brazos y esperé por su explicación por irrumpir de esa manera en mi casa.
—¿Dónde está Artemisa? –gruñó Alessandro.
Lo miré confundido, yo la había dejado sana y salva esta madrugada en su casa.
A no ser que le haya pasado algo.
—¿No sabes dónde está? –pregunté alarmado. La dejo sola cinco minutos y de nuevo está en problemas.
—No te hagas el tonto, ¿dónde está?
—La última vez que estuve con ella la dejé en su casa, ¿le pasó algo?
—¿Tú qué? –me miró confundido.
—Vamos, Alessandro, sé que eres idiota, pero esto ya te sobrepasa.
Giró los ojos.— ¿estás hablando enserio?
—Si, eres idiota –dije obvio.
—Si estás tramando...
—No estoy tramando nada –lo interrumpí.— hoy en la madrugada dejé a Artemisa sana y salva en su casa, sino me crees; olfatea, sentirás su aroma, pero no tan fuerte como si ella estuviera aquí.
Sus fosas nasales se agrandaron, ¡vaya idiota! Estaba siendo sincero con él y aún así no me creía, aunque bueno... ni yo mismo me creería.
En eso el teléfono de Apolo empezó a sonar. Se alejó de nosotros para poder contestar.
—Si me llego a enterar que... –Apolo lo interrumpió.
—Azriel tiene razón, Artemisa está en la casa.
—Gracias –giré los ojos.
—Elisa me llamó para contarme –le explicó a Alessandro quien lo veía confundido.
—Vale –dijo él.— yo...
—Tú no harás más nada que hacerla feliz, ¿vale? –lo interrumpí.— si me llego a enterar de que la has hecho sufrir te juro que te mato –dije firme mirándolo a los ojos.
—Eso no hará falta y lo sabes perfectamente –dijo en mi mismo tono.
—¿Y desde cuando tú te preocupas por el bienestar de mi hermana? –Apolo me miró sin entender nada.
—Desde que se enamoró de ella –habló Alessandro.
—Que tranquilo lo dices, hermanito –dije burlón.
—Eso es porque el brujito me tiene hechizado, de no ser así en este instante estaría arrancándote las pelotas por posar tus ojos en mi chica –gruñó.
—Deja tu drama, ¿si? Ya viste que ella no está aquí, ¿qué esperas para largarte?
Alessandro no lo pensó dos veces y salió de la casa como alma que lleva el diablo.
—Sé que el nunca te lo dirá porque es muy orgulloso, pero sé que te agradece haber cuidado de mi hermana, ella suele meterse en muchos líos.
—Lo sé –reí.— además, lo entiendo perfectamente, yo actuaría peor si estuviera en su posición, no habría hechizo que calmara mi furia –bromeé.— ya sé que cuidas a Artemisa porque eres su hermano, pero te agradecería que la cuidaras por mi también.
—Lo haré –aseguró.— cuídate, Azriel –asentí y se fue. Dejándome con mi puerta hecha trizas.
No le di importancia y subí al cuarto nuevamente, deseé que alguien intentara entrar a robar en la casa, me hacía falta un poco de diversión. Tenía mucho que no torturaba a alguien.
A pesar de mis sádicos pensamientos, predominaban los de tristeza y nostalgia, amo a dos mujeres que no pueden estar conmigo; una está muerta y la otra ama a otro.
Quizá cuando nací me maldijeron para que nunca sea feliz al lado de alguien, es lo más probable.
Creo que mi alma gemela será la soledad, he estado solo toda mi vida así que ¿por qué no amar la soledad?
Solo se que tengo un propósito y es encontrar al maldito que intentó envenenarme, pero esto va más allá, por su culpa pudo haber muerto Artemisa... tiene los días contados.
Mi hermosa Artemisa, tan dulce, tan mágica, tan irreal, me duele hasta la muerte que no pueda ser mía, pero la tuve por un segundo, por unos segundos pude saborear sus labios... le hice creer que el beso en el que le di mi aliento de vida no duró más que unos segundos, pero duró más que eso, para mi fue una eternidad... una deliciosa eternidad.
Obviamente me separé de ella desde que Jared (el hechicero) me dijo que estaba listo, no me aprovecharía de ella ni de ninguna mujer, jamás.
Pero esos labios, ¡joder! Sería capaz de morir con tan solo probarlos de nuevo.
En cierta forma creo que quizá Artemisa fue un regalo que me mandó el universo para que yo la eligiera como mi alma gemela, pero sucede que no siempre las almas gemelas permanecen juntas. Ella solo fue una estrella fugaz que se cruzó en mi camino para enseñarme el valor del perdón y apreciar las pequeñas cosas de la vida, ella terminó lo que Camila empezó, gracias al universo por enviarme dos mujeres fuertes y valientes que nunca se rindieron conmigo.
Gracias a Camila por amarme con toda su alma y aceptarme como era.
Gracias a Artemisa por no perder la fe conmigo y ayudarme a ser mejor.
El mundo es un lugar horrible y tormentoso, pero a lo largo del camino encuentras a personas que son como ángeles que te enseñan que aveces, solo aveces, no es tan malo como parece.
Ellas fueron mis ángeles.
No soy bueno y nunca lo seré, pero ahora en mi memoria y en mi corazón llevo a dos ángeles que siempre me acompañarán a donde quiera que vaya, recordándome que alguna vez, yo fui amado.