Alessandro me había traído a un restaurante italiano para nuestra cita. Mientras él iba por el primer plato ya yo iba por el segundo, siendo sincera tenía mucha hambre.
—No me mires así –fruncí el ceño. Él rió.
—Perdón, Débora.
—¿Débora? –pregunté confundida.
—Devoradora –empezó a reír como loco.
—Eres tan gracioso, en serio –lo miré mal.— compórtate, arruinarás mi imagen.
—Discúlpeme, señora –se sentó erguido.— ¿algo más? –reí.
—Eres un tonto.
—Ya, pero debes admitir que tengo mi encanto –fruncí los labios.— vamos, dame algo de crédito, cariño.
—Si lo hago luego no pararás de mencionarlo, te conozco, Alessandro –me miró indignado.
—Por supuesto que lo haré, no todos los días te elogia una diosa griega, debo presumirlo –reí.
—Te amo –dije de pronto. Este hombre era increíble, sinceramente.
—También te amo, moonshine –besó mis nudillos.— perdón por estar tan ausente todo este tiempo, pero...
—No –lo detuve.— está bien, lo comprendo. Y –hace una pausa.— se que salimos para relajarnos un poco y eso, pero aún me inquieta sobre lo que dicen en la manada, ¿de verdad no te molesta?
—Siendo sincero, no –respondió tranquilo.— ellos creen que tú me fuiste infiel, pero yo se la verdad y eso es lo único que importa.
—Vale, pero piensan que soy una adúltera –hice una mueca.— eso no es nada agradable.
—En eso tienes razón –pensó por un momento.— no te preocupes por eso, déjamelo a mi.
—¿Qué harás?
—Algo –comió de su plato.
—Alessandro, no me digas que vas a matar a la maniatada entera –me miró desconcertado.
—Por supuesto que no, ¿quién piensas que soy? –me encogí de hombros.— vale que sea un sanguinario, pero no soy tan mal nacido, Artemisa –reí.— bueno, quizá sea un mal nacido, pero jamás atentaría contra los míos –añadió.
—Vale, vale –dije riendo.— he tomado una decisión –dije seria.
—No vas a terminar conmigo, ¿o si? –hizo un puchero, fingiendo preocupación.
—Alessandro, te estoy hablando en serio –lo miré mal.
—Vale, perdón –se disculpó.— es que he extrañado estar así de bromista y despreocupado contigo.
—Está bien, cariño –apreté su mano.— es algo sobre lo que he estado pensando desde que descubrí que estaba embarazada, sobre quedarme con el bebé o no y, –hice una pausa. Algo que me llamó a la atención es que sentí su mano temblar, como si estuviera nervioso, algo que me pareció extraño en él. Miré su rostro y vi que en su mirada no había otra cosa que atención hacia mi, sinceramente no sabía cómo tomar eso.— me quiero quedar con el bebé –dije sin aliento.
Alessandro parpadeó un par de veces, luego vi como poco a poco empezaba a crecer una sonrisa en su rostro.
—¿En serio? –preguntó emocionado. Asentí.
—Si, yo... siento que lo mejor que podré hacer es criarlo a tu lado –sonreí leve.
—Te prometo que voy a ser el mejor padre para esa criatura –besó mi mano repetidas veces. Jamás lo había visto tan emocionado y feliz.