27| Los ojos más puros

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A empujones y codazos me abro paso entre los coloridos invitados, ellos están tan perdidos en el alcohol y los alucinógenos como para dejarme pasar

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A empujones y codazos me abro paso entre los coloridos invitados, ellos están tan perdidos en el alcohol y los alucinógenos como para dejarme pasar.

Sin contar que lucen tacones de 15 cm y no me ven...

Resoplo molesto cuando mi nariz choca contra una espalda ancha y musculosa. El tipo está hecho de metal o algo así, porque mis ojos se inundan por el golpe y un dolor agudo escala a mi entrecejo.

-¡¿Alguien que me pague la rinoplastia?! -grazno sujetando el puente de mi nariz. El sujeto desapareció y me dejó sangrando.

-Yo puedo ser tu sugar -una mujer que podría ser mi madre aparece frente a mis ojos. Lleva gafas de sol y un sombrero blanco que me recuerda a un barco de papel.

-Perdone, tengo mamá... -respondo forzando una sonrisa. Por dentro tengo el corazón en pánico y deseo irme de allí.

Nadie está tan loco para ofrecerme eso. Debe ser que me quiere secuestrar...

Fuerzo a mis piernas de fideo a funcionar por una vez en la vida.

Cuando pierdo de vista a la señora tomo asiento en una butaca alta y acolchada. En un sitio privilegiado, porque alcanzo a ver la pista de baile, la barra dónde dejé a Lukyan y una pared de vidrio con doble puerta, que se encuentra detrás de la isla de butacas. Da a una piscina -es posible que sea la piscina pecaminosa- y sobre esta se refleja un cielo nublado.

Cierro los ojos con fuerza, ahí recuerdo que tengo la nariz en fuga y gruño de dolor; tal como pasó cuando sentí el golpe estos inundan.

-Ley de Murphy... soy el rey de ella... -mascullo dandole la espalda a la pista. Apoyo el mentón en mis guantes y observo las luces neón en el agua. Son una buena distracción del dolor, de mis preocupaciones.

De repente, una quemazón se instala en mis palmas. Rasco sobre el cuero de forma leve.

Frunzo el ceño cuando la quemazón se convierte en ardor. A mi nariz llega el hedor de la carne quemada, chamuscada. Ahogo un grito entre dientes y me despojo de los guantes con urgencia.

359... 12:01:06...

El cronómetro sigue su curso. Ha pasado casi una semana desde que tengo esta advertencia en la piel, que no me quito los guantes ni para dormir. Al ver los segundos correr mis muslos inician una carrera por cual se sacude más y la paranoica sensación de que estoy siendo observado se instala en mi nuca.

Justo cuando entrelazo las manos para sentir que esto no es una alucinación el ardor vuelve peor que antes. Pinchazos con agujas hervidas. Estas se incrustan en mis muñecas, se retuercen y como entran salen, haciendo que muerda mi labio inferior, que sude frío al no saber qué está ocurriendo.

¡Un rival de otro planeta!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora