Lukyan.
En el centro de la habitación brilla mi pasado.
La esfera que fue mi hogar y capital de todo lo que alguna vez me perteneció.
Verla todos los días, conservada en ese pedestal con ayuda de la poca magia que me queda, me tranquiliza, a la vez genera una incomodidad que nunca he sido capaz de describir.
¿Quién fue el cobarde que en vez de luchar se llevó su planeta porque temía que fuera destruido como los demás?
Aparto los orbes de Medas con rapidez.
Una cosa que he aprendido en la tierra es que los humanos tienen métodos de autodestrucción. Algo que es (era) impensable en mi Andrómeda.
La bola de carne arrugada que usan para funcionar los debilita. Hace que recuerden lo peor de su vida, que tiemblen cuando pasan determinadas cosas o que acaben con esta. Sus gobernantes se benefician del sufrimiento de su pueblo, naciones enteras se movilizan contra sí o entre sí.
Me recuerda a la cruel gobernante de Thrian. Indile. Solo que su beneficio era el de su pueblo. Conquistar. Arrasar. Eliminar amenazas. Todo para abastecerse de comestibles (mis súbditos).
Eso es justamente lo que está pasándome. Últimamente, mi cerebro humano me lleva a situaciones límite, dónde el estrés y preocupación me dejan cansado a más no poder. Este no alcanza mis pensamientos y mi estilo de vida, necesita descansar mucho tiempo, y eso es lo que no tengo.
Ja. Y eso que el tiempo es solo una medida terrana.
Me levanto del frío suelo. Al hacerlo la habitación da vueltas y por poco termino con el mentón estrellado en la piedra. Agarro mi cabeza adolorida y trago saliva. Tengo que seguir ideando el plan. No importa lo cansado que esté.
Llegar en una nave no identificada. Cruzando cementerios planetarios, lluvias de asteroides y en territorio enemigo sin un plan, no es lo más inteligente que puedo hacer.
¿Y convertirte en humano lo fue? Vamos, puedes hacerlo mejor, Vólkov.
Y ahí lo hace de nuevo. Se mete en mis asuntos, no es capaz de mantenerse al margen. Escruta en el cofre de mis recuerdos, buscando lo que posiblemente haga que pare de buscar solución a mis problemas (fin de la vía láctea, por ejemplo. Encontrar un lugar dónde poner Medas. Nada grave).
Recorro a pies descalzos los pasadizos de metálicas paredes, los que si bien su mayoría no llevan a ningún lado importante, algunos albergan puertas interesantes. Siempre de madera, pintadas de blanco, aceitadas para evitar los rechinidos, los que dan mala suerte en los viajes interdimensionales.
Cada puerta tiene un cristal en su parte inferior, el que una persona distraída y que deja pasar los detalles no se fijará (a menos que yo le diga). Sirven para identificar a dónde ir.
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¡Un rival de otro planeta!
Science FictionUn emo que no soporta que hagan chistes de su corta estatura, un gobernante de una galaxia destruida y una serie de sucesos que los llevarán al fin del mundo. Cuando una noche una alta figura se cuela en su patio trasero y West descubre que no solo...