23. Infiernos

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Mark

Cargando un tono de diversión sus palabras llegaron a mis oídos, y por un instante no fui capaz de creerlo. Luego de 4 largos y jodidos meses ella finalmente había decidido sucumbir a sus deseos, a sus instintos, a mí.

Mientras una perversa sonrisa se dibujaba en mi rostro decidí retroceder un paso, aumentando la distancia entre nosotros. Necesitaba deleitarme con su rostro, necesitaba apreciar cómo mordía su labio inferior de manera inconsciente, pero sobre todo; debía preguntarle:

—¿Estás segura eso, maleducada?—enarcó una ceja—. Aún estás a tiempo de detener esto, y no te culparía, suelo intimidar con mi presencia.

—¿Intimidarme?—cuestionó con burla para luego avanzar en mi dirección, tomarme del cuello y susurrar en mis labios—. Tú me presencia no me intimida.

—¿Entonces qué provoca?—mis labios rozaron los suyos al preguntar—¿Qué provoco en ti, Adriana?

—Tu ego ya es lo suficientemente grande, no responderé a esa pregunta—sonrió— así que dejemos la charla. Es momento de que descubras por ti mismo lo que me provocas.

La lentitud con la que formuló aquello me llevó al borde de la locura. Tomé su cintura con fuerza, a lo que ella solo ladeó su cabeza, divertida. No fui capaz de continuar resistiéndome y atrapé sus labios con los míos.

Aquel beso no era como los demás, lo supe al instante. Mis anteriores besos con Adriana fueron deliciosos, ardientes, pero siempre percibía que en su interior ella luchaba por alejarse de mí y hacer lo que consideraba "correcto". Por suerte, en aquella ocasión era diferente. Adriana no solo se estaba dejando llevar, sino que había tomado el control del beso.

Su lengua exploraba mi boca de manera apasionada mientras nuestros labios se fusionaban. Intenté tomar el mando, pero ella no me lo permitió. Su agarre en mi cuello no hacía más que incrementar, y junto con él, la intensidad de las leves succiones que dejaba Adriana sobre mi labio inferior.

Deslicé mis manos desde la cintura hasta su trasero para luego sostenerlo firmemente, provocando que ella dejara escapar un gemido. Sonreí mientras rompía el beso y le arrebaté su abrigo con decisión. Luego lancé el mío a una esquina. Aproximé mis labios a los suyos, deleitándome con el par de ojos ámbar que me esperaban, impacientes. Y justo cuando Adriana se inclinó hacia delante, buscando mi contacto; la detuve y apoyé una de mis rodillas en el suelo. Entonces rodeé sus muslos con mis manos para después alzar mi mirada.

—¿Qué estás haciendo?—cuestionó con diversión e intriga.

—Impedir que escapes—respondí en el instante que me levantaba del suelo con los piernas de Adriana sobre mis hombros y su vientre a milímetros de mis rostro.

—¡Bájame, Mark!—demandó intentando ocultar una sonrisa mientras yo avanzaba en dirección a la cama—¡Estás demente!

—Tienes razón—dije en el instante que me inclinaba hasta dejar su cuerpo en la cama de manera cuidadosa. Luego me coloqué ente sus piernas— pero acéptalo, este demente te moja con solo besarte.

Rodó los ojos mientras se encogía de hombros, otorgándome la razón. Introdujo sus manos por debajo de mi pullover y las deslizó hasta posicionarlas en mi espalda. El calor que sus manos desprendían se sentía tan bien, su cuerpo, el deseo en sus ojos, ella se sentía tan bien.

Solo una noche©️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora