Besos en guerra

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Toqué a la puerta. Sentía mi corazón en la garganta y un vacío tremendo en el estómago a causa de mis nervios. Esperé estrujándome las manos. Entonces, la puerta se abrió suavemente y él me miró con cierto asombro. Una parte de mí sintió alivio, la otra, enojo. Él trató de cerrar la puerta, pero yo detuve el movimiento con mi brazo y mi pie. Lo escuché suspirar cansinamente.

—¿Me puedes explicar por qué te fuiste sin mí? —le dije frunciendo el ceño.

Steve desvió la vista.

—¿Cómo me encontraste? —me preguntó suavemente.

—¿Cómo? Con mi encanto conquisté a la enfermera que me dijo que había ido a verte un general o algo así. Luego fui a la oficina del ejército y pedí tu dirección, tuve que hacer gala de influencias y dejé sobre varios mostradores algunas propinas de agradecimiento. Sí, sé que está mal, pero en estos casos no me importa ser corrupto. No me mires así, es tu culpa por irte del hospital así.

Steve volvió a suspirar y bajó los hombros.

—Tienes que irte —me dijo.

—Claro que no.

Él guardó silencio.

Hacía unos meses atrás, Steve había sido rescatado de territorio enemigo. La guerra lo había arrastrado a sufrimientos inimaginables y estaba en estado de shock, además de herido. Pasó un tiempo en el hospital recuperándose física y mentalmente. Hacía unas semanas apenas, había regresado, despertado de nuevo en este mundo. Comenzó una recuperación paulatina, pero, a decir de los médicos, milagrosamente rápida. Yo había ido a verle todos los días desde que lo permitieron, y con más entusiasmo cuando reaccionó. Estoy seguro que mi presencia y mimos habían hecho mucho por su recuperación.

Los médicos decidieron que podían dejarle salir y vivir en un departamento dado por el estado, cercano al propio hospital, para observarlo y provocar su reinserción a la sociedad. Pero él no me dijo nada. Un día, simplemente, llegué y él ya no estaba. Por supuesto que enfurecí, pero, sobre todo, me preocupé.

Pero lo había encontrado y ahora estaba dispuesto a exigir una respuesta.

—¿Me puedes decir por qué te fuiste así? —reformulé mi pregunta inicial, al entrar al departamento y cerrar la puerta.

El lugar no tenía muchas cosas, ni mucho espacio. Había una cama en el centro, una mesa de noche, un ropero pequeño en la esquina, y una cocina también pequeña con una barra a modo de comedor. Eso sí, todo estaba muy limpio. No había latas de cerveza por ahí o papeles o ropa desperdigados en el suelo. Pero, a pesar de ello, para mí lucía paupérrimo, no apto para él y sus necesidades. Sin duda, pensé, estaría mejor conmigo.

Steve se resignó a mi presencia y se sentó en el borde de la cama. No se había afeitado en días y su barba cubría sus mejillas; su cabello había crecido también. Llevaba puesto un pantalón caqui y una playera blanca con el escucho de la SSR. Tuve la impresión de que tenía más conjuntos de esa ropa en el ropero.

—Tony, tienes que irte—repitió.

—No.

—No seas necio.

—No seas necio tú—suspiré —. Oye, te he estado cuidando todo este tiempo, no merecía que te largaras, así como así.

Steve volvió a bajar la vista.

—Lo siento. Tienes razón. Pero si no lo hacía así...

—¿Qué?

—No habría podido alejarme de ti.

Stony Series Vol. 5Donde viven las historias. Descúbrelo ahora