—Él puede oírlo —dijo el médico—. Hágalo, aunque no escuche respuesta. Quizás lo ayudé a retornar.
Asentí y el médico me dejó a solas contigo. Estabas sentado en la silla de ruedas, con la mirada perdida en algún punto lejano tras la ventana. Me tragué el nudo que se formó en mi garganta y me forcé a sonreír. Tomé valor, respiré profundo y avancé un paso a la vez hacia ti. Tenía miedo de lo que pudiera encontrar, o más bien, de lo que no iba a encontrar.
Al llegar hasta ti, giré un poco sobre mis talones para mirarte de frente. Ni siquiera me notaste. Tu mirada siguió clavada en la distancia. Una distancia que me pareció estaba más allá de los lindes del jardín del hospital, incluso de este país, de este tiempo.
—Steve...— te llamé suavemente al tiempo que me acuclillaba frente a ti y ponía mis manos sobre las tuyas, apoyadas en los descansabrazos de tu silla —. Soy yo, Tony, ¿me recuerdas?
Silencio. Nada. Ni una reacción.
Miré tu rostro. No había expresión alguna en ella. Ni una sonrisa, ni un ceño fruncido, nada. El azul de tus ojos estaba intacto, pero ahora era inexpresivo, como si todos sus matices se hubieran deslavado. Habían perdido algo.
—Oye, me alegra mucho que regresaras —te dije, sonriendo, tratando de ser amable, que notaras que estaba ahí, para ti —. Te extrañé mucho.
Eso era verdad. Ojalá te lo hubiera escrito en su momento.
—Recibí tus cartas —te dije —. Lamento no haberlas contestado.
No tenía excusa. No valía la pena poner algún pretexto de por medio. Te miré. Tú no me miraste, ni siquiera moviste algún musculo facial.
—¿Quieres dar un paseo? —te dije —. El doc me dijo que podías salir al jardín, que te haría bien un poco de aire y sol. ¿Eh? ¿Qué dices?
Nada.
—Bueno, el que calla otorga —dije con un entusiasmo que no sentía.
Me incorporé y rodeé tu silla. Sujeté las asas y te aparté de la ventana, giré y te llevé a través de los pasillos hacia el jardín del hospital. Te conduje hasta la sombra de un árbol, me senté a los pies de tu silla y miré contigo el atardecer.
Quería tanto que volvieras. Quería tanto que no te fueras. Quería tanto abrazarte y decirte cuánto te quería. Quería... pero nunca lo hice. Y ahora, aunque quiera decirlas, no sé si realmente las escucharás. Quizás mi voz no es más que un eco incomprensible. Un ruido de fondo y nada más. No te importa, tal vez, no te importara nunca más. Tengo tanto que decirte, pero...
***
La primera plana de los periódicos puso en alerta a todo el mundo aquella mañana. Entraríamos a la guerra, no había vuelta atrás. Mi padre fue llamado para la producción de armas y yo fui con él. Fue ahí donde conocí a Steve. Era un soldado nada más, parte de un equipo táctico. Desde el primer día hubo algo entre nosotros. Algo agradable, algo lindo. Algo fuerte. Una atracción incomprensible. Nos hicimos amigos, pasábamos las tardes charlando.
La guerra no parecía suceder en aquella base cuyos jardines verdes se llenaban de flores en primavera y las mariposas revoloteaban en ellas, llenando de colores el cielo.
Nos sentábamos bajo la sombra de un árbol. Almorzábamos mirando el paisaje, riendo mientras el viento golpeaba nuestros rostros. Él sonreía hacia mí de manera especial, podía verlo en su mirada, en la tonalidad vibrante del azul de su iris. Su toque siempre cuidadoso, revelaba tanto que yo no podía dejar de sentir escalofríos, dulces escalofríos.
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Stony Series Vol. 5
Hayran KurguConjunto de one shots STONY 1. Steve regresa de la guerra, pero no está aquí. 2. Para sanar las heridas, quizá basten unos besos. 3. Peter y Johnny son cupidos inconscientes de sus padres. 4. En una tierra lejana son hombres sufren de un amor proh...