Con esas ayudas...

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 Una vez a la semana, mi esposa, mi hijo y yo vamos a comer a un restaurante. Tal vez, no parezca extraordinario, pero en nuestro caso, al ser una familia mediática aquello se vuelve una especie de evento donde hay periodistas y, al día siguiente, se llenas de videos las redes sociales de videos de gente que nos graba a escondidas. Por eso lo hacemos solo una vez a la semana y con guardaespaldas camuflados entre los comensales. Hay muchas cosas que no puedes hacer siendo un Stark, y sé que para mi familia es un gran peso que llevar sobre sus hombros. Por eso, aunque sea de vez en cuando, me gusta que hagamos cosas que haría cualquier persona, cosas normales, mundanas, casuales. Cosas de familia como ir al cine o ir a comer así, a un restaurante.

En fin, esa semana en particular, lo recuerdo bien, era un viernes por la noche. Tony, mi hijo en ese entonces de diecisiete años tomó la batuta y escogió un restaurante de hamburguesas vikingas (sinónimo de monstruosas) que había recién abierto. No me di cuenta hasta que mi esposa hizo la observación, pero en ese restaurante los meseros, digamos, eran vikingos encarnados, al menos tenían un físico construido como de Dioses nórdicos. Hombres y mujeres atractivos, con cuerpos esculturales, que parecían capaces de darte una paliza con una mano si te ponías impertinente. Pensé que era política de la empresa y no me importó, supuse que por ello el lugar estaba abarrotado. Tampoco puse objeciones cuando a mi esposa o a mi hijo de vez en vez se les iban los ojos (la verdad es que yo tampoco pude evitarlo del todo).

Total, Tony me pidió permiso para darle un sorbo a mi cerveza. Por supuesto que me negué al principio (¿quién puede negarse a esos ojos de borreguito que suele poner cuando quiere algo?), luego, pensé que estaba bajo mi supervisión y ya que los vasos eran de esos desechables de cartón cuyo contenido no se ve (y así los mirones y chismosos no lo sabrían) le dejé beber un poco, para quitarle la curiosidad. Fue un traguito, uno pequeño, pero bastó para que las mejillas de mi pequeño se colorearan de rojo y comenzara a hablar hasta por los codos.

De pronto, se sinceró y no dijo que le gustaba uno de los meseros. El de la sección que no era la nuestra, sino de la de al lado. Un chico alto, rubio, guapo y fornido. Pasaba de vez en cuando detrás de nuestra mesa hacia la cocina, en una de esas ocasiones vi que en su playera estaba bordado su nombre: Steve. Mi hijo lo seguía con la mirada cada vez que Steve se acercaba y pasaba con una charola en lo alto retacada de hamburguesas gigantes y bebidas. Parecía derretirse nada más verlo.

―¿Lo conoces de otro lado? ―pregunté sospechando que quizá él había sido la razón por la que mi hijo había elegido ese restaurante.

―No ―dijo él ―, es un crush a primera vista.

"Crush" repetí en mi cabeza y compartí miradas con mi esposa. María parecía divertida con la situación.

―Puedes darle tu teléfono cuando salgamos ―le dijo a Tony y las orejas de éste se pusieron más rojas al tiempo que sacudía la cabeza.

―¿De cuándo acá tan tímido? ―le dije yo y él evitó mirarme, prefirió hundir el rostro en la enorme hamburguesa doble con queso, tocino y quien sabe que más.

Pensé, entonces, que ese chico, por alguna razón, le gustaba mucho, quizás demasiado. Mi hijo era muy coqueto (lo había cachado varias veces tratando de seducir a media humanidad), pero ese chico en concreto lo ponía nervioso y eso significaba una cosa: no se trataba de un juego. Por alguna razón, iba en serio (a pesar de haberlo conocido recién) y pensé: quizás no es solo un crush, tal vez se trata de un caso de amor a primera vista, una cosa con futuro, del destino, almas gemelas, alguna cosa de esas. Y si iba a ser mi yerno, más valía irlo conociendo.

Así que en una de esas que Steve estaba por pasar detrás de nuestra mesa (en esa ocasión con la charola vacía) lo detuve. Él creyó que necesitaba algo así que lo preguntó, de reojo vi que Tony me miraba con la boca abierta, con un pedazo de tocino y de queso amarillo pegados a la comisura de los labios.

―Hola, Steve, ¿verdad? ―le dije.

―Hola, sí, señor ―respondió él casi como un soldadito, me cayó bien.

―Bueno, Steve, ese de ahí es mi hijo, Tony. Dice que eres muy lindo y que le gustas.

―¡PAPÁ! ―gritó Tony en cuanto acabé.

Steve puso cara de circunstancias, no sabía qué hacer y solo pudo a sonreír tímidamente.

―Gra... gracias ―atinó a decir mientras mi hijo se escurría avergonzado debajo de la mesa.

―Si le das tu teléfono, no estaría ma... auch ―Tony me golpeó en la espinilla estando debajo de la mesa.

―No le hagas caso muchacho, tomó demasiada cerveza ―salió María al rescate.

Steve asintió, hizo una pequeña reverencia y continuó con su camino.

En fin, Tony no habló el resto de la noche, y me pidió que nos fuéramos cada vez que Steve volvía a pasar detrás de nosotros rojo como un tómate.

―Solo trataba de ayudar―le dije cuando estábamos esperando la cuenta.

―Pues no me ayudes tanto ―me dijo él al tiempo que se ponía la capucha de su sudadera por encima de la cabeza y se hundía en su asiento―. No quería tu ayuda, para empezar.

La cuenta llegó y, al verla, sonreí. No dije nada y pagué con mi tarjeta, cuando la mesera se fue, le mostré a Tony la cuenta que esta había dejado sobre la mesa.

―Mira esto ―le dije agitando la hojita frente a él.

Tony frunció el ceño, pero pronto notó el número telefónico que estaba escrito en ella. Sin embargo, antes de que la agarrara la aparte de su alcance.

―¿La ayuda de tu papá no sirve? ―le dije ―. Supongo que no quieres lo que la ayuda de tu papá puede hacer por ti.

Tony me miró entre enojado, avergonzado y a punto de emberrincharse (siempre reconozco sus pucheros, son los mismos desde que era bebé).

―Pá, dámelo ―dijo en un susurro.

―Vamos, Howard, no lo tortures ―dijo mi esposa y me dio una idea.

Sonreí.

―Está bien, te lo daré con una condición.

―¿Cuál? ―Tony frunció el ceño y María rodó los ojos.

―Dale un beso a tu padre, tiene como siete años que no me das uno, niño grosero.

―Papá, ya tengo 17 años.

―¿Y qué?

Giré el rostro y con mi dedo índice señalé mi mejilla.

Escuché a Tony murmurar algo, seguramente alguna grosería. Luego, de reojo, noté que él a su vez volteaba a ver hacia un costado y se ponía todavía más rojo, seguramente estaba viendo a Steve.

―Esta me la pagarás, Howard ―me dijo después de darme un somero beso en la mejilla.

Yo reí para mis adentros y dejé que me arrebatara la nota.

Me hizo pagar, años después, haciéndome pagar una millonada para su boda con Steve.

Me hizo pagar, años después, haciéndome pagar una millonada para su boda con Steve

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Espero que les haya gustado.

Vi algo así en un reel en insta, lo perdí, pero si lo llegan a ver por ahí, seguro lo ubican. 

Como siempre, me gusta reivindicar a Howard, me divierte. 

¡Nos estamos leyendo!

Stony Series Vol. 5Donde viven las historias. Descúbrelo ahora