Secreto III

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Después de soltar aquello sin medir ni una sola de mis palabras, me di cuenta de la magnitud de estas. Mi pedido era un deseo muy profundo y oculto sobre capaz de pudor que no sabía que existían en mi lujurioso yo. Pero todas esas capas caían como un velo a los pies de Steve.

Sé que mis mejillas se encendieron y quise ocultar mi rostro, morder mi lengua y desaparecer de alguna manera. Pero mi vergüenza fue acallada y dejada en el olvido, cuando me besó de nuevo. Cuando sus labios cubrieron los míos y su lengua acarició la mía voluptuosamente, la llama antes apaciguada se reavivó. Con una mano me aferré a su cuello, impidiéndole abandonar ese beso, en tanto mi cuerpo buscaba estrecharse más y más al suyo.

Steve se apoyó en uno de sus brazos y con el otro me empujó suavemente el pecho para que me recostara completamente en la cama. Luego, deslizó sus yemas hasta que alcanzó uno de mis pezones y lo pellizcó, arrancándome un gemido que se ahogó en su boca. Jugueteó así por un rato, derritiéndome lentamente mientras nos fundíamos en ese beso. Su toque de deslizó después por mi abdomen hasta mi entrepierna. Apenas rozó mi miembro semi erecto, reaccioné con un estremecimiento. Pero no se detuvo, fue más abajo y sus dedos se perdieron en los pliegues de mi vulva. Presionó con ellos la zona que había dejado sensible, frotó mi clítoris haciendo pequeños círculos y me removí atacado por las agujas del placer que aquello me provocaba. Tampoco insistió mucho en esa zona, sus dedos resbalaron más adentro entre mis pliegues, y se sumergieron en mi vagina.

―Estás muy húmedo ―murmuró contra mis labios y yo cerré los ojos extasiado.

No tenía voz, más que para gemir, las palabras se habían quedado muy lejos. Sin embargo, deseaba decirle que aquello era su culpa. Todo lo que me sucedía en ese momento era culpa suya. Sus dedos fueron retirados, sus labios dejaron los míos, su cuerpo también abandonó el mío. Abrí los ojos, resentido por todo lo que me había quitado y levanté la cabeza para mirarlo con reproche.

Él estaba entre mis piernas, arrodillado y mis intenciones se diluyeron. Apenas pude verlo, pero ya lo conocía. Su mano rodeaba su pene erecto, ese que había contenido en mi boca en otras ocasiones, grande, grueso, resbaladizo; ahora era dirigido por su mano a mi intimidad. Levantó la vista de su tarea y sus ojos encontraron los míos.

―¿Seguro? ―me preguntó a media voz, estaba algo ronco y podía adivinar el deseo impregnado de ansiedad.

Asentí con seguridad. Él, entonces, presionó la cabeza de su miembro en mí y lentamente, se abrió paso a mi interior. Realmente estaba húmedo, porque se deslizó suavemente hasta la empuñadura. Me sorprendió no sentir ni un ápice de dolor, pero sentí, sí que sentí. Esperó un momento y luego, de manera cadenciosa, comenzó a moverse.

―¡Ah! ―Gemí en voz alta ante las primeras penetraciones.

Lo cubría todo, lo rozaba todo, se sentía increíble. Me cubrí el rostro con el antebrazo, mientras él entraba y salía de mi cuerpo.

―Déjame verte ―dijo y ante mi negativa, no se conformó con las penetraciones, sino que frotó con su pulgar, una vez más, mi clítoris.

Di un respingo ante eso, aparté mi antebrazo, solo para mirarlo.

―¿Se siente bien? ―me preguntó.

Asentí. Más que bien quise decir, pero, de nuevo, no tenía palabras. Me retorcí, gimiendo, llorando de placer, jadeando, sintiendo cada parte de mi cuerpo ardiendo. La combinación de las penetraciones y su jugueteo con mi clítoris desembocó lentamente en un orgasmo intenso, profundo. Una ola de placer me engulló y perdí el control de mí mismo, mientras mi mente se quedaba en blanco.

Stony Series Vol. 5Donde viven las historias. Descúbrelo ahora