Adictos

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Steve abrió la puerta de su habitación con cuidado, intentando no hacer ruido. Entró con el mismo cuidado y así mismo la cerró.

Regresaba de correr como todas las mañanas, pero esa mañana no era como las anteriores. Era la primera mañana en su nueva casa, después de regresar de su luna de miel. Era la primera mañana que había despertado en esa cama enorme a lado de su esposo, quien, en ese momento, dormía abrazado a una almohada completamente perdido en sus sueños.

Steve se detuvo a mirar aquel cuadro por un instante, y una pequeña sonrisa cruzó su rostro. Siempre esperen lo inesperado en el amor, aconsejó en su mente. Nadie, ni siquiera él, habría apostado por tener lo que ahora tenía, con nadie y mucho menos con Tony. Tan sólo pensar que las cosas habían empezado entre ellos con el pie izquierdo y ahora caminaban por la vida al mismo ritmo... No lo vio venir. Era eso, quizás, lo que había hecho tan maravilloso su romance y tan fuertes los lazos que ahora los unían. Un amor que se cocinó a fuego lento y con tropiezos. ¡Cuánto había costado alcanzar el equilibrio y cuán maravilloso era recoger sus frutos!

Aquellos pensamientos sepultaron sus intenciones iniciales al entrar en su habitación. Anulado y olvidado su propósito, se entregó a otro. Se descalzó pisando los talones de sus tenis y se quitó la chaqueta deportiva, la cual dejó caer en la alfombra, destino que compartió su playera. Luego, despacio, trepó a la cama y gateó en ella hasta alcanzar a Tony. Este solo se movió un poco, pero no abrió ni tantito los ojos. Steve se recostó detrás y posó una de sus manos sobre el hombro desnudo de Tony. Sus dedos le acariciaron suavemente, con apenas un roce, al mismo tiempo que hundía la nariz en el revuelto cabello castaño y se llevaba el aroma del shampoo todavía impregnado en él. No dijo nada, sólo respiró con los ojos cerrados; y lentamente, hacia abajo, dejando un beso debajo del lóbulo de la oreja y otro en el cuello. Tony se removió de nuevo, pero sólo dejó escapar un suave suspiro, uno que a los oídos de su esposo fue demasiado dulce.

Otra sonrisa se dibujó en Steve, al tiempo que ahora, dirigía su beso al hombro que antes habían ocupado sus caricias. Uno, dos, tres besos ahí. Mientras su mano rodeaba el cuerpo de Tony por la cintura y lo ceñía contra sí. Luego deshizo el camino: besos del hombro al cuello, a la oreja, al pelo. Tony volvió a moverse, esta vez solo su cadera contra la de Steve, quien no dudo en seguir acariciándolo, aunque fuera por encima de la sabana. Su mano se deslizó hasta la entrepierna del castaño y acunó con ella su sexo. Tony gimió en sueños suavemente y movió una vez más la cadera.

Steve sonrió ante la reacción. Se apartó un poco, soló para deslizar la sábana hasta casi la rodilla de Tony, quien yacía en la cama, completamente desnudo, justo como Steve lo recordaba durante la noche. Sus dedos dejaron la sábana y siguieron el contorno de la pierna, hasta cubrir con la palma la redondez de su trasero. Le encantaba ese trasero, no lo iba a negar. Era espectacular y sumergirse entre esas dos turgentes medias lunas, se había vuelto una especie de adicción, a la cual no estaba dispuesto a renunciar.

―Tony...―murmuró en el oído de éste.

No hubo respuesta, pero eso no lo inquietó. Steve se entretuvo un rato masajeando ese trasero, apretando la carne suave, soltándola, pellizcándola suavemente y palmeándola también, para ver el ligero temblor en su piel. Cuando no pudo más, deslizó su dedo medio, entre ambas nalgas, siguiendo el calor hasta su centro. Un centro tibio, algo húmedo y suave, no necesitaba mucha preparación. Su dedo entró suave y fácilmente en él. Tony se removió de nuevo, otro suspiro emergió de entre sus labios, pero no lo hizo solo, un pequeño gemido lo acompañó.

―Tony... ―volvió a llamarlo Steve.

―¿Mmh?―fue la somnolienta respuesta. Steve podía apostar que Tony estaba más en el mundo de los sueños que en el de la vigilia.

Stony Series Vol. 5Donde viven las historias. Descúbrelo ahora