Criminal

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―Hoy se cumplen dos años tras la desaparición de Tony Stark. El multimillonario fue visto por última vez en la celebración de la Fundación María Stark. La directora general de Industrias Stark, Virginia Potts, en conferencia de prensa, afirmó que los esfuerzos por encontrarlo continúan.

En la pantalla de la vieja y polvorienta televisión, apareció una mujer de traje sastre y una elegante coleta pelirroja, de pie en un estrado y tras un par de micrófonos. Se escuchaban los clics de las cámaras fotográficas y se veían los destellos de sus flashes, mientras hablaba.

No perdemos la esperanza ―dijo ella con gravedad―. Hasta no dar con señas de su paradero o su condición, asumiremos que sigue vivo y lo buscaremos ―hizo una pausa y luego, miró directamente a la cámara que tenía enfrente ―. Tony, si estás viendo esto, te encontraremos.

La mesera dejó sobre la barra una taza de café y un plato con huevos fritos y pan tostado. Su cuerpo ocultó la pantalla por unos segundos.

―Aquí está, cariño ―dijo con desgana antes de apartarse y cuando lo hizo, la noticia había cambiado.

Tony no pudo evitar un suspiro.

―¿Te arrepientes?―escuchó a su lado y giró el rostro.

Un hombre alto y fornido le devolvió la mirada. Tenía los ojos del color de un oscuro zafiro, el cabello rubio, era obvio que no se lo había cortado en meses, pero aun podía peinarlo hacia atrás sin que le estorbara; y la línea de su mandíbula evidenciaba que tampoco se había afeitado por un tiempo, aunque no meses; la barba era todavía una sombra, pero una que acentuaba su atractivo feral.

―No ―respondió ―, es sólo que pensé que estas alturas habrían perdido la esperanza.

El hombre sonrió de medio lado, una de sus manos grandes y tibias le acunó la mejilla. El toque fue electrizante, conocido, pero siempre apabullante. Cerró los ojos con anticipación y enseguida sintió un suave beso en sus labios. Un pequeño temblor lo estremeció de pies a cabeza. Aun no entendía por qué lo afectaba de esa manera, después de tanto tiempo.

―Si yo te perdiera ―sintió la vibración de su aliento contra los labios ―, te buscaría hasta el final de los tiempos.

Tony sonrió aun con los ojos cerrados, atrapó la mano en su mejilla con la suya y apoyó un poco más su rostro contra esa palma.

―Nunca me perderás, Steve ―murmuró al tiempo que levantaba sus parpados para mirarle.

―No me mires así ―le dijo Steve sin borrar su sonrisa.

―¿Por qué no? ―aventuró Tony sonriendo, a su vez, como un niño travieso.

Steve rió por lo bajo e inclinó el rostro hacia su oreja.

―Podría tomarte aquí mismo ―murmuró.

Otro estremecimiento recorrió la espalda de Tony. Steve volvió a reír y se apartó de él.

―Vamos, comamos, nos quedan unas millas antes de llegar al motel más cercano.

Tony asintió y se forzó a volver su atención a los huevos sobre la barra. Unos minutos más tarde la campanilla de ese restaurante de carretera sonó dos veces cuando salieron, uno tras otro. Tony se detuvo, el sol le dio de lleno en la cara y buscó sus lentes oscuros en el bolsillo de su chaqueta. Mientras lo hacía, Steve pasó detrás de él y le apretó sin pudor alguno una nalga, antes de tomar la moto y subir a ella. Tony le miró con reproche, pero la verdad no se trataba de un reproche. Steve lo miró también detrás del cristal oscuro de sus propios lentes de sol, luego, le hizo un gesto con la cabeza indicándole así que era hora de irse. Tony subió detrás de él en la moto.

Stony Series Vol. 5Donde viven las historias. Descúbrelo ahora