Si lo sabe Dios...

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—Buenos días.

Tony rodó en la cama. Apenas abrió los ojos, pero, definitivamente, sintió el suave beso que acompañó a esas palabras.

—Mmh... buenos... —murmuró adormilado.

Steve sonrió y se inclinó sobre él. Su nariz rozó la de Tony.

—Debemos levantarnos —dijo suavemente, dejando un beso en sus labios —. Pronto llegará.

Tony asintió, sabía a qué se refería, pero, honestamente, lo tenía sin cuidado.

—Cinco minutos más —dijo.

—Está bien, iré a despertar a los niños.

—No —Tony deslizó un brazo por debajo del de Steve, y se aferró a su espalda —, cinco minutos más... contigo.

Steve lo miró, Tony había abierto los ojos por completo y esos ojos, tan grandes y brillantes, tan lindos, insinuaron muchas cosas. Pero se limitó a sólo una. Sonrió, vio la sonrisa ajena y, luego, se inclinó hacia él para besarle. Un beso real, bien dado, donde sus respiraciones se confundieron y las palabras y suspiros se ahogaron.

¿Cómo habían llegado a eso? Tony no estaba muy seguro. Se habían hecho amigos porque sus hijos eran medios hermanos y estos se querían mucho, tanto que no les gustaba pasar el fin de semana separados y por eso...

Empecemos por el principio.

Steve había estado casado por siete años, Johnny era el fruto de ese matrimonio. Su pequeño hijo tenía cinco años y era idéntico a él: rubio, de ojos azules y una bonita sonrisa. Pero era un bólido, muy activo y muy travieso. Se había separado de la madre de éste tres años atrás, así que Johnny sólo tenía dos cuando dejo de compartir con él el día a día. Sin embargo, iba a cenar los miércoles con él y pasaba los fines de semana a su lado, así como la mitad de las vacaciones de verano y de invierno, además, hablaba con él por teléfono todos los días. Johnny era muy a pegado a él y siempre estaba gustoso ir con su padre a cualquier lado.

Tony conoció a la ex esposa de Steve en un bar, tres años atrás. Estaba algo tomado y dispuesto a pasar la noche con cualquiera. Sólo quería compañía, ella le gustó, hablaron y acabaron en una habitación de hotel. Dos meses después, ella lo buscó para decirle que estaba embarazada. Tony no quiso creerle al principio, pero la prueba no mentía, como tampoco mintió la prueba de ADN que le hizo al bebé una vez nacido. Harley, lo nombraron. Tenía el pelo claro de su madre, pero el espíritu curioso e inteligente de Tony, a pesar de sus cortos tres años estaba muy adelantado.

Steve y Tony se conocieron a raíz de sus hijos. Al principio, cada uno iba por su respectivo vástago los fines de semana. Coincidían, a veces, y se saludaban cortésmente. Ni más ni menos. Después, un día, en el que Sharon, la madre de los niños, se retrasó en alistarlos; se quedaron solos en la sala e intercambiaron unas cuantas palabras. No se tenían animadversión, aun cuando Tony tenía la ligera sospecha de que, de alguna manera, él había sido la gota que rebasó el vaso y derivó en el divorcio de Steve.

Ese día salieron al mismo tiempo de la mano de sus hijos. Los niños propusieron ir por hamburguesas juntos. Ellos no se negaron y, así, a medida que los hermanos pedían pasar juntos el fin de semana, Steve y Tony no tuvieron otra opción que convivir. Poco a poco se hizo costumbre. Pasaban los fines de semana con el otro, turnándose la casa en la que pasarían la noche con sus hijos.

Se dieron cuenta, gracias a ello, que el otro era agradable, que tenían cosas en común y otras para nada cercanas, pero que les permitían entablar largas conversaciones y aprender uno del otro. Intercambiaron números telefónicos y charlaron entre semana a través de mensajes. Luego, comenzaron a llamarse. Un día, quedaron de verse en un café; otro día, fueron al cine; otro a un museo; a comer; a cenar; a un juego de béisbol; a un bar; a una conferencia; al parque; y todo ello sin sus hijos de por medio.

Stony Series Vol. 5Donde viven las historias. Descúbrelo ahora