•Capítulo Veintiocho•

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Con dos camionetas resguardándola, ella en el medio, recorrió la ciudad en su auto. Como le gustaban los autos que rugían.

Pasó por una cafetería y entró con cinco guardias rodeándola, compró un café con un pedazo de pastel y lo disfrutó en el silencio de su auto.

Manejó a una joyería. Compró desde la más simple cadena, al más elaborado anillo, era de diseño simple, tenía incrustado pequeños diamantes, lo compró por la suma de un cuarto de millón, ese día era tiempo de consentirse.

Con el anillo en su dedo manejó al refugio, un perrito la esperaba desde hace días. Su casa era demasiada grande y tantas veces se sentía como un lugar abandonado al solo estar ella, entonces decidió visitar el lugar para adoptar un perrito. Un pequeño Dogo Argentino la esperaba durmiendo.

En su respectiva jaula, lo llevó a su casa; al estar en ella lo puso con cuidado en su camita y lo dejó dormir.

Feliz y con la alegría bailando en su interior subió las bocinas y la sala se convirtió en un escenario de baile.

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