Capítulo 4

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La mañana se sentía sombría, a pesar de que era un día totalmente soleado, tal vez estaba peor que el día anterior cuando supe todo lo de mi originalidad.
Fue gracias a los destellos del sol que se adentraron en mi habitación que desperté. 

Y no tenía las mínimas ganas de hacer nada, quería estar en casa todo el día y no salir de mi habitación ni siquiera un segundo, considerando que eso de no salir de mi habitación no iba hacer posible, porque justo en ese momento el estómago me tiritaba de hambre.

Fui abajo a ver qué podía traer consigo para comerlo en mi habitación, así que opté por destapar un cereal de chocolates que tanto me gustaba de niña, con leche de fresa.

Camino a mi habitación alguien llamó a la puerta, tocaron una vez el timbre y una dos veces golpearon a la puerta muy de prisa, como si fuera una emergencia quienes estuvieran tocando allí, entrecrucé las cejas dejando mi cereal en el comedor y fui atender la puerta.

Siguieron tocando muy seguido.

—¿Sí? ¡Ya va! —Vociferé.

Para cuando abrí, eran dos hombres estacionados en el centro de la puerta de mi casa, vestidos de policías. De inmediato habló uno de ellos;

—Buenos días señorita—, saludó con un ápice de seriedad, mostrando consigo algo que no podía identificar bien —somos oficiales de la policía, queremos hacerles unas cuantas preguntas—. Puntualizó, guardando la identificación que me había mostrado.

No pude disimular mi cara de no entender nada, así que el otro policía se preparó para hablar, pero antes, intervine.

—¿Preguntas sobre qué o qué? —pregunté en tono muy normal, pero con cara de confusión.

Me quedé allí sosteniendo la puerta, lista para escuchar y responder a las preguntas que tenían esos oficiales de la policía.

—Queremos hacerles unas cuantas preguntas sobre el incidente que sucedió ayer en el Cibercafé que está a unas cuantas cuadras de aquí— dictaminó el policía, mirándome con detenimiento.

—Ah— fue lo único que pude pronunciar.

¡No pensé en eso! No llegué a considerar que a ver salido corriendo de ese lugar público ante lo ocurrido podía levantar sospechas. Me sentí atemorizada por lo que fueran a preguntar, sabía que estarían al pendiente de cualquier cosita distorsionada que dijera. Así que debía de tener cuidado como respondía.

Me parecía que las autoridades ya estaban investigando sobre todas las muertes que se producían a diario en la cuidad sin razón aparente, sin rastros de paros cardiacos ni enfermedades que produjeran muertes repentinas.

—¿A qué fue exactamente usted al Cibercafé? —Emitió, observándome con sumo cuidado—, porque según nos reportan, usted salió disparada del lugar pocos minutos después de a ver llegado, y ni siquiera tomó lo que ordenó.

Entonces esa pregunta me asustó, ¿qué se suponía que iba a responder?

—Pues... —me tomé una pausa con miedo a tararear, y proseguí —Ciertamente fui a tomarme una malteada, pero olvidé que tenía un asunto pendiente súper importante— no se me ocurrió otra idea más convincente. —Así que por esa razón, salí deprisa del lugar —finalicé.

Esperé a ver sus caras y no eran las mejores, no estaban muy convencidos de lo que había dicho, eso era evidente.

Traté de verme de lo más normal y serena ante su presencia.

Uno de ellos apuntaba algo en una libreta, supuse que era lo que yo respondía de sus preguntas. 

—¿Qué asuntos eran esos tan importante que tuvo usted que salir de un lugar público con tanto alboroto?

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