Capítulo 46

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Era comienzos del mes de Pajon, y Nefertari emprendió un corto viaje hacia el templo de Karnak, precedida por las mujeres de la familia real y una comitiva compuesta por los altos ministros y sacerdotes

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Era comienzos del mes de Pajon, y Nefertari emprendió un corto viaje hacia el templo de Karnak, precedida por las mujeres de la familia real y una comitiva compuesta por los altos ministros y sacerdotes. Había llegado el tiempo de volver a llenar las sagradas arcas de oro, y esta vez se concordó entregar las ofrendas a los dioses con una celebración.

Mientras los Sumos Sacerdotes y sus asistentes ungían de aceite los pies de los dioses, y depositaban las mejores cosechas de flores y comida en los altares, Nefertari se mantuvo en pie bajo el dintel principal del templo, agitando los sagrados sistros que ahuyentaban la maldad y los demonios, pero que parecían aumentarle a ella el dolor de cabeza y las náuseas con su martilleante sinfonía metálica. Cabizbaja y sosteniéndose la boca del estómago, salió a prisa del templo cuando todo terminó, y se tumbó sobre su litera con los ojos cerrados, percibiendo el sonido de los siervos que se le acercaban para ofrecerle agua y abanicarla. No entendía qué estaba sucediendo con su cuerpo. Los médicos habían descartado la posibilidad de un embarazo, porque las semillas que Kamuzu había utilizado para reemplazar las originales no habían germinado. Pero Nefertari llevaba tres meses sin menstruar, y, a menos que se tratara de una nueva enfermedad, todo el conjunto de síntomas indicaba que había una vida gestándose dentro de ella. Paser había determinado repetir la prueba de embarazo por esta razón, y ahora la reina estaba a la espera del nuevo resultado.

Hasta ese momento, sólo el Chaty conocía la verdad de la primera prueba. Le había llevado el dato a Nebcheser, y este le dio la orden de mantenerlo en secreto hasta que la pitonisa lograra desvelar el sexo del bebé. Sin embargo, saberlo no era tan fácil. La pitonisa necesitaba un contacto físico con Nefertari para conocer el estado de la criatura, ya que decía que el aura de la madre le nublaba el acceso a esta información.

Cumpliendo antedicho requerimiento, Nebcheser le había pedido a una de sus nobles aliadas —que además era amiga de la familia real y esposa de un Sumo Sacerdote— convencer a Nefertari de tomar los servicios de la pitonisa. Sabía que no habría demasiadas sospechas alrededor de la sugerencia, porque esta última no era en absoluto desconocida; muchas personalidades de la alta sociedad solían frecuentarla para resolver dudas sobre el futuro, y gracias a sus acertadas respuestas la pitonisa se había hecho a una fama augusta entre ellos, a pesar de que la magia negra y los métodos de adivinación eran condenados por la religión egipcia.

La mañana del peregrinaje al templo de Karnak, la mujer enviada por Nebcheser se acercó a Nefertari aparentando estar preocupada por su salud. Ordenó a su sirviente colocar un pequeño taburete junto a la litera, y tomó la mano de la reina con delicadeza para frotarle en la palma cuatro gotas de esencia de jengibre, contenido en un frasquito que siempre llevaba a la mano.

—Huela esto majestad —pidió la mujer—; le aliviará un poco las náuseas.

Nefertari así lo hizo, y al cabo de varios minutos repitiendo el acto junto a algunos ejercicios de respiración, logró aquietar los malestares de su estómago. Cuando abrió los ojos vio una gran cantidad de personas a su alrededor, y les ordenó que volvieran a sus lugares porque el perfume mezclado de todos la agobiaba. Luego cerró las cortinas de un solo costado de la litera para hablar con la mujer; específicamente del lado desde donde Iset la observaba de lejos. Nefertari aún no superaba la frustración de haberla visto salir triunfante de la cárcel, pero se alegraba de haberla hecho sufrir esos cinco días.

Libi ShelekhaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora