Capítulo 73

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La plaga de úlceras azotó a Egipto con tanta severidad, que obligó al país entrar en una parálisis total. Toda su población cayó en cama, presa de la fiebre y el terrible ardor de las heridas; excepto los hebreos, quienes, por supuesto, seguían siendo inmunes a las desgracias.

En el palacio los sacerdotes no daban abasto ni para atenderse a sí mismos: la cantidad de enfermos que rogaban por ayuda sobrepasaba cualquier capacidad humana, y como ningún medicamento lograba matar la infección por la que supuraban las úlceras, solo podían limitarse a preparar ungüentos analgésicos que sin embargo no lograban mitigar demasiado el dolor. Muchas mujeres y niños del harem murieron por la gravedad de las heridas, entre ellos, varios hijos y esposas de Ramsés. Además de varios ministros, e incluso los mismos Janes y Jambres.

Los dioses continuaban sin atender los ruegos, y Egipto perdía cada vez más la esperanza de retornar a su buena vida. A causa del rencor, la desesperación y la rabia, se había recrudecido la discriminación contra los hebreos: los egipcios no querían verlos transitar por sus calles y los abucheaban, escupían e insultaban para que se fueran. El propio Moisés, por sobre todo, había sido víctima de este trato por su fama de "libertador". Solía caminar todos los días por las calles de Egipto hasta el palacio para hablar con algún ministro que pudiera atenderlo durante la ausencia de Ramsés, pues necesitaba saber algo sobre Miriam y entender porqué encima de todo la princesa Henutmire había sido arrestada, pero los ministros, lógicamente más preocupados por salvar sus propias vidas, no perdían con él el preciado tiempo que se les agotaba en buscar un tratamiento para las úlceras.

A Moisés le había llegado el rumor de que la princesa se encontraba recluida en un calabozo y no en la habitación en la que Ramsés la había dejado, y esto era totalmente cierto: apenas un día después de que el faraón se marchara, Bakenmut había dado la orden de que la princesa fuera llevada a una celda, porque Yunet así se lo había pedido cuando él mismo fue a contarle que Ramsés estaba partiendo hacia Amurru y había dejado a la princesa enclaustrada.

No queriendo desaprovechar la nueva oportunidad de martirizarla, Yunet coaccionó a su amante para que encerrara a Henutmire en un calabozo y la dejara sin comida por varios días. Bakenmut, que jamás se negaba a obedecer una orden de Yunet desde que la vio triunfar de nuevo, hizo exactamente lo que esta le pedía, y sin temor a ser acusado frente al rey, porque convenció a Nefertari de que aquella era una medida urgente de seguridad, ya que supuestamente el día anterior la princesa había dormido con alguna pócima a los guardias de sus puertas para intentar escapar e ir con Moisés a la villa.

Henutmire estuvo bebiendo y comiendo escasamente una vez por día durante la semana que estuvo encerrada. Se alimentaba con los bocadillos que el cocinero Gahiji le llevaba al atardecer, y un día simplemente dejó de comer porque Yunet se metió al palacio por los túneles y fue a verla a la cárcel. Al principio Henutmire creyó que estaba delirando por la falta de comida, pero Yunet le hizo saber que su presencia era absolutamente real: le tocó una mano y le dejó una bandeja de comida sobre la cama, insinuándole que podría estar envenenada.

De la cocina a los calabozos hay un gran tramo —le dijo Yunet a la princesa, sonriente—. La comida tiene que pasar por muchos pasillos y es difícil saber si alguien la tocó... o si le agregó algún condimento especial.

Y antes de volver a escurrirse por la puerta para escapar como la cobra que era, se despidió con unas palabras que erradicaron por completo el apetito de la princesa:

—Que tenga dulces sueños, princesa, con los muchos hijitos que perdió.

Desde entonces Henutmire comenzó a rechazar toda la comida que le llevaban, pues pensaba que si Yunet había sido capaz de salirse con la suya hasta ahora, nada podía impedirle envenenar toda la comida que llegaba a la celda. Su salud se debilitó mucho a causa de esto, y terminó por colapsar cuando empezó la plaga de úlceras. Una sierva la encontró desmayada en el suelo cuando fue a curarle las heridas, y aunque logró despertarla, vio que la princesa estaba muy grave: deliraba y balbuceaba que la madre de la reina la había envenenado, sus labios y su piel habían perdido color, y estaba tan débil que ya no podía sentarse y mucho menos ponerse en pie.

Libi ShelekhaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora