Capítulo 54

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Aarón volvió a despertar dos días más tarde, luego de haber hecho una larga travesía por sueños y pesadillas poblados por los sollozos de su familia y recuerdos recortados de la perfidia de sus atacantes

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Aarón volvió a despertar dos días más tarde, luego de haber hecho una larga travesía por sueños y pesadillas poblados por los sollozos de su familia y recuerdos recortados de la perfidia de sus atacantes. Le giraba dentro del cráneo un dolor sordo y punzante, que parecía agrandarse en espirales sucesivas y lo golpeaba por dentro haciendo vibrar su tallo de vértebras. Abrió los ojos con mucha dificultad, como tratando de mover con los párpados un par de rocas sobre ellos; ambos estaban amoratados e inflamados: la sevicia con la que le habían asestado los golpes le reventó incluso varios vasos sanguíneos, de modo que la esclerótica de sus ojos tenía enormes y escandalosas manchas bermellón.

Cuando logró abrir los párpados y comenzó a enfocarse en el ambiente que lo rodeaba, el hebreo se sintió desconcertado. Primero observó el techo blanco con sus pequeñas cornisas azules y candelabros de cobre; luego viró los ojos de derecha a izquierda y vio los elegantes muebles y las coloridas estatuas de las deidades egipcias. Los rayos del sol vespertino estaban cruzando horizontalmente la sala, y las transparentes colgaduras de seda blanca de las ventanas se hinchaban y agitaban por efecto de la suave brisa. Aarón trató de elevar un poco la cabeza para verse a sí mismo, y aunque no lo consiguió, alcanzó a percibir su torso desnudo cubierto por las vendas y su brazo derecho escayolado. Tenía mucha sed pero no había a quién pedirle agua; así que esperó, intentando recordar cómo había llegado a ese lugar.

Cinco minutos después ingresó un sirviente a limpiar la sala, y Aarón sólo pudo articular un forzoso gruñido para llamar su atención. El joven se le acercó despacio, y al ver los ojos abiertos del esclavo dejó la escoba a un lado y volvió a salir. Al rato regresó con uno de los sacerdotes, quien adivinó que Aarón estaba muriendo de sed y ordenó servirle un poco de agua. El siervo tomó con cuidado la cabeza del hebreo y la elevó un poco para acercarle el vaso a los labios. Al contacto de la primera gota fluyendo por su garganta, Aarón se sintió volver repentina y gloriosamente a la vida. Bebió todo el vaso mientras el sacerdote lo observaba impasible, y cuando terminó pudo reunir la fuerza suficiente para preguntar por su familia.

Todos están aquí —respondió el sacerdote—; los haré pasar en cuanto termine la revisión. —Y se acercó al catre a cambiar las vendas y examinar las fracturas. La rotura que Aarón tenía en el cráneo era simple, por lo cual podía sanar sin necesidad de intervención quirúrgica; las costillas tampoco estaban astilladas y no había suficiente evidencia de daño en los órganos. El hecho de que hubiese despertado y hablado era ya un buen indicio. El sacerdote le dio una medicina antifebril con una pequeña dosis de láudano y lo dejó nuevamente recostado en el catre mientras el siervo convocaba a sus familiares.

Libi ShelekhaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora