Sin joyas, sin caballo, sin comida y sin un techo seguro dónde pasar la noche, la última opción que les quedaba a Ramsés y a Miriam para poder regresar a Egipto era trabajando hasta reunir lo suficiente para intercambiarlo por un animal de transporte, añadiendo además el precio de la comida y el agua como mínimo requisito de supervivencia para volver a cruzar por el desierto.
Por supuesto, la idea no le agradó nada al príncipe, quien estaba tan acostumbrado a vivir entre el lujo y la riqueza que preferiría morir antes que trabajar como un esclavo. Sabía, sin embargo, que no tenía más opciones: era eso o morir realmente como mendigo en una ciudad enemiga. Por unos instantes, tuvo el pensamiento egoísta de hacer que Miriam trabajara para él, ya que ella estaba acostumbrada a vivir toda su vida como esclava. Pero luego recordó que el trabajo de las mujeres era mucho menos remunerado que el de los hombres, por lo que probablemente nunca conseguirían lo necesario para volver a Egipto.
Después de divagar mucho sobre la misma idea y otras posibles soluciones, ambos llegaron a la conclusión de que era la única salida, así que desarmaron la carpa y fueron en busca del hombre que recién llegados le había ofrecido trabajo a Ramsés. Una vez que lo encontraron, le explicaron su situación y éste les ofreció hospedaje y alimento a cambio de que los dos trabajasen para él, Ramsés en la construcción y Miriam haciendo labores del hogar.
Ramsés intentó negociar el intercambio de un camello, pero sabía que para obtenerlo tardaría unos días de trabajo, y aunque lo consiguiese, tendría que seguir buscando lo necesario para pasar por el desierto. Por el momento, lo que más les urgía era tener un lugar dónde dormir y comer. Así que el hombre le dio a escoger solo una de las dos opciones: el hospedaje y la comida o el camello.
Mientras negociaban el pago, el hijo mayor del mercader prestaba atención a la conversación, pero a la vez no le apartaba la mirada de encima a Miriam. La recorría con sus ojos de arriba abajo, una y otra vez, hasta que ella se dio cuenta y él trató de disimular, esquivando su mirada.
A fin de cuentas y guardando la esperanza de que pudiera encontrar el caballo, o que las tropas de Egipto hicieran un recorrido por los alrededores para encontrarlo pronto, Ramsés aceptó trabajar a cambio de comida y hospedaje, al igual que Miriam.
Ya todo acordado, el mercader procedió a instalarlos en una pequeña choza al pie de su casa, les regaló algunas ropas ligeras y los dejó descansar para que al día siguiente comenzaran sus labores.Luego de que el hombre se retirara, Ramsés miró las ropas y el lugar con mucho desaire. Se sentó en una de las camas, duras como piedra, y con una de sus manos se sobó el entrecejo, hastiado. Miriam lo miró de reojo mientras desdoblaba las prendas de vestir que les habían dejado. Luego se acercó dudosa a él y le dijo:
—Sé que no está acostumbrado a este tipo de vida y que es muy difícil acoplarse a ella, pero piense que será por poco tiempo, pronto volveremos a Egipto y usted volverá a tener su vida de príncipe... Y al menos ahora tenemos un lugar para dormir y resguardarnos.
De inmediato el rostro de Ramsés se endureció, se puso en pie, y sin más ni más explotó de rabia:
—¡No vengas a darme ahora "palabras de aliento", cuando la estoy pasando mal por tu culpa! Así es, por tu culpa perdí mi caballo y mis joyas. Si no hubieras sido tan tonta como para cerrar los ojos y recostarte, aún sabiendo que corrías el riesgo de dormirte, ya estaríamos lejos de este lugar. Gracias a mí estás viva y no sabes cuánto me arrepiento de haber bajado de mi caballo para ayudarte. conocerte es lo peor que me ha pasado hasta ahora. ¡De no ser por ti, yo estaría durmiendo en mi palacio y no aquí obligado a trabajar como un maldito esclavo!
Ramsés volvió a sentarse refunfuñando y exhalando suspiros de rabia, en tanto Miriam lo observaba sumamente ofendida, respirando profundo para que su enojo no la hiciera perder los estribos, pero no pudo evitar que el cúmulo de emociones también la hicieran estallar.
—¿Cree que es un placer para mí conocer a una persona tan irritante y malagradecida como usted? —replicó—, yo nunca le pedí que me salvara la vida. No tengo la culpa de que nos hayan atacado, lo único que he tratado de hacer es ayudarlo con lo que puedo. ¡El tonto es usted, por haber dejado sus joyas en el caballo!
Ramsés quedó tan atónito ante la respuesta de Miriam, que por un momento no supo ni cómo reaccionar. Jamás hubiese esperado una confrontación similar por parte de algún hebreo. Esto sin embargo, lejos de frenarlo, impulsó su rabia.
—¡Cómo te atreves!, ¡Quién crees que eres para hablarme de ese modo! ¡Te juro que vas a arrepentirte por tu osadía! —gritó totalmente enfadado, al tiempo en que se ponía una vez más de pie—. Recuerda cuál es tu lugar. El hecho de que ahora estemos en la misma situación, no significa que puedas ponerte a mi altura o dirigirte a mí como si fuera tu semejante. ¡Tú eres una esclava y yo soy un príncipe! Discúlpate ahora mismo, o juro que recibirás un castigo ejemplar cuando vuelvas a Egipto.
Miriam quería resistirse a agachar la cabeza ante él, pero sabía que no hacerlo podría motivar a que la discusión escalara aún más y eso le traería graves consecuencias a ella o a su familia. Así que, sin más opción, agachó el rostro tensionado de rabia y miró hacia el suelo, guardando silencio. Entendiendo esto como una señal de sumisión, Ramsés también se aplacó un poco.
—Discúlpeme... No fue mi intención faltarle el respeto —dijo Miriam, haciendo un esfuerzo enorme para que la disculpa sonara sincera, mientras Ramsés la miraba altivo, asintiendo con la cabeza. Finalmente este decidió que era mejor no "echar más leña al fuego" y salió de la choza sin decir más.
Al cabo de unos minutos, el mercader encontró a Ramsés afuera y lo invitó a pasar para darle algo de comer. Totalmente hambriento, el príncipe le dio las gracias, pero antes de entrar la mujer del mercader le pidió que trajera a Miriam consigo; sin embargo no hubo necesidad de que el príncipe se molestara, porque el hijo mayor del mercader se ofreció de inmediato a ir a buscarla en su lugar. Cuando este último llegó a la choza, saludó a Miriam y nuevamente se quedó viéndola atontado por unos segundos. Le avisó que su familia le daría algo de comer, y ella le agradeció y salió junto a él hacia la casa, sintiéndose un poco incómoda por las constantes miradas del hombre.
Como la silla para Miriam estaba ubicada al lado de Ramsés, ambos evitaron mirarse o dirigirse la palabra durante la cena. El príncipe tenía un apetito voraz, y por la rapidez con la que comía terminó su plato en menos de dos minutos, agradeciendo poder calmar el hambre a pesar de que no era una comida lujosa como la que preparaba su cocinero en palacio. Para Miriam por otro lado, era sin duda la comida más exquisita que había probado en su vida; al darle el primer mordisco al cordero asado, cerró sus ojos con emoción, procurando apreciar todo ápice de sabor: no recordaba la última vez que había comido carne y el delicioso sabor que tenía. La esposa del hombre sonrió al ver que lo disfrutaba tanto.
—Si no has comido carne en años, debe ser verdad que los hebreos viven muy mal en Egipto —le dijo el mercader a Miriam. Pero, sintiendo la mirada iracunda de Ramsés encima suyo, ella sólo respondió que era un tanto "difícil" y cambió el tema rápidamente, diciendo que la casa era muy bonita.
Luego de charlar un poco, todos se retiraron de la mesa dando las gracias. El ocaso estaba por terminarse, y Miriam decidió ir a sentarse un rato en una parte alta cerca de la choza para contemplar el esplendor del cielo.
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Libi Shelekha
FanfictionEl pueblo hebreo busca incansablemente a su salvador desde hace siglos. Moisés escapó de Egipto y parece que la libertad para los esclavos jamás llegará, hasta que Miriam parece hallar una salida en el corazón de Ramsés. "Libi Shelekha" es una histo...