Capítulo 10

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Al alba del día siguiente, Ramsés se paseó de un lado a otro pensando en cómo decirle a Miriam sobre su trato con el hijo del mercader

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Al alba del día siguiente, Ramsés se paseó de un lado a otro pensando en cómo decirle a Miriam sobre su trato con el hijo del mercader. Se bañó, se vistió y se quedó un rato fuera de la choza, sintiéndose un poco culpable, aunque no entendía bien la razón, pues también consideraba que había actuado correctamente desde su posición de príncipe. Lo último que había hablado con aquel hombre era que le daría su pago después de que hablara con Miriam sobre la situación, así que el tiempo que se tardaría en iniciar su viaje de regreso a Egipto, dependía de ello.

Miriam estaba terminando de vestirse para empezar a trabajar nuevamente, cuando Ramsés entró a la choza y le dijo que aguardara porque tenía que hablarle de algo importante. 

Príncipe, discúlpeme, no puedo quedarme, si me retraso podría meterme en problemas y usted también. Puede decírmelo en la tarde, ¿es posible? —le dijo ella, apresurada por salir, pero Ramsés la detuvo. 

Lo que tengo que decir es más importante que eso, tienes que escucharme, así que por favor siéntate —lo dijo en tono serio y demandante, interponiéndose entre ella y la puerta.

Miriam obedeció. Se dirigió a la cama y se sentó mirándolo muy atenta. Ramsés procedió a sentarse frente a ella, en un banquito.

—¿Sabías que el hijo del mercader está interesado en ti? —preguntó.

Miriam no entendía a qué venía esa pregunta repentina, pero respondió rápidamente: 

Yo... sí lo supe, su madre habló conmigo.

¿Qué? y ¿por qué no me lo dijiste? —preguntó Ramsés.

No pensé que fuera algo que pudiera importarle... ¿Usted... quiere hablar de eso?

Sí, de eso quiero hablar. Anoche él habló conmigo y me lo dijo.

—¿Él habló de eso... con usted?

Sí... Quería que yo lo ayudara.

No entiendo por qué hizo eso... Además ya le dije a su madre que no estoy interesada.

Ramsés miró al suelo. Luego volvió la mirada hacia Miriam y, tratando de ser lo más suave posible y poniéndole algunos "adornos" a sus palabras para que pareciese que la decisión también le convenía a ella, le explicó el trato que había hecho con el hijo del mercader. 

A medida que el príncipe hablaba, Miriam pareció quedarse congelada. No movió ni un músculo. Casi ni parpadeó. Mantuvo una constante expresión abrumadora. Su respiración era corta y rápida. Estaba estupefacta.

Libi ShelekhaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora