Capítulo 40

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Por las fechas en que Iset y Tuya abandonaron la capital para viajar a Avaris, Ramsés le dio continuación a algunos trabajos que habían quedado pendientes desde el reinado de Seti, y entre ellos se encontraba la práctica del "Damnatio Memoriae": u...

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Por las fechas en que Iset y Tuya abandonaron la capital para viajar a Avaris, Ramsés le dio continuación a algunos trabajos que habían quedado pendientes desde el reinado de Seti, y entre ellos se encontraba la práctica del "Damnatio Memoriae": una técnica utilizada para condenar el recuerdo de un enemigo público tras su muerte, que consistía en eliminar todo cuanto permitiera recordar al condenado: imágenes, monumentos, inscripciones, e incluso se llegaba a prohibir la mención de su nombre.

Una mañana, mientras revisaba personalmente los informes de estado, Ramsés encontró un duplicado en papiro de la "Lista real de Abydos" escrita durante el reinado de su padre, cuyo contenido abarcaba los nombres de casi todos los faraones que le antecedieron. La lista omitía, sin embargo, mencionar algunos reyes y funcionarios que hasta el presente eran considerados "indignos" por accionar contra la política tradicional del imperio, y como seguramente la diosa Ammyt ya los habría devorado, Ramsés decidió que estos innombrables ya no precisarían de ninguna riqueza en el más allá. De manera que se introdujo en las necrópolis junto a una hueste de excavadores, y con lista en mano comenzó a despojar de todo objeto valioso las tumbas de los faraones y funcionarios que en vida atentaron contra Maat.

Al cabo de una semana consecutiva, los excavadores habían dado con la tumba del último rey hicso, que descansando tranquilamente bajo las arenas del valle seguía burlando la erradicación total de su estirpe. Se trataba de Apopi, quien además de no figurar en la lista real de Seti, estaba circundado por el mito hebreo de ser el faraón que había amistado con José, hijo de Jacob. Después de vaciar su tumba, Ramsés le impartió la misma penitencia otorgada a los invasores tres siglos antes y, cumpliendo la orden de ejecutar contra él la "Damnatio Memoriae", los excavadores comenzaron a rasponar, tachar y derruir su tumba.

Tras un par de horas, Ramsés bajó al sepulcro, atraído por la curiosidad que le infundió el informe de un excavador sobre lo que parecía ser el hallazgo de una cámara oculta detrás de la mastaba: se trataba de otra tumba ya desvalijada y damnificada por el mismo correctivo que se estaba implementando en la tumba contigua. Como no halló nada de interés en este lugar, Ramsés se redirigió a la entrada mirando de soslayo los dos sarcófagos de madera que reposaban dentro, cuando de repente hizo resonar el oro de sus sandalias contra el suelo para detenerse e inclinarse frente a uno de ellos con los ojos bien abiertos. Había leído bien: Zafnat-Panea era el nombre tallado en él.

En segundos, el rey recordó la única referencia que tenía de aquel apelativo: ¿no era ese el nombre egipcio, con el que Miriam aseguraba que el tal José, hijo de Jacob, había sido rebautizado? Ciertamente lo era, en el sarcófago había una evidencia conexa: la tapa tenía detalles pictóricos que no eran típicos de la cultura egipcia sino hebrea. Se irguió para volver a echar un vistazo a las paredes de la tumba, pero la Damnatio Memoriae había arrasado con todo: habían más resquebrajos que trozos intactos de donde se pudiera extraer algún dato, y los escombros de la mastaba de Apopi no revelaron ningún detalle al respecto.

Aunque la tumba de "Zafnat-Panea" ya había sido ultrajada y no disponía de ningún elemento valioso, los sarcófagos estaban salvos de cualquier violencia gracias a que, por motivos higiénicos y morales, nadie llegaba al extremo de hurgarlos y manosear los cuerpos ya embalsamados. Así que, pasando por alto toda razón para evitarlo, y viendo en la apertura de los mismos la única oportunidad de desentrañar el misterio, Ramsés exigió que fueran abiertos. Al destapar el sarcófago principal, sin embargo, sintió un asalto de desconcierto: esperaba encontrar un cuerpo correctamente momificado, en lugar de la osamenta parda que yacía envuelta en una humilde manta hebrea.

Libi ShelekhaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora