El pueblo hebreo busca incansablemente a su salvador desde hace siglos. Moisés escapó de Egipto y parece que la libertad para los esclavos jamás llegará, hasta que Miriam parece hallar una salida en el corazón de Ramsés. "Libi Shelekha" es una histo...
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El día en que debía recoger sus pertenencias para abandonar el ministerio, Nebcheser le hizo llegar al Chaty de Egipto una carta en la que le solicitaba reunirse con él esa misma tarde en uno de los barrios más pobres de Egipto. Se retiró los brazaletes que autenticaban su oficio, le dio un vistazo final al despacho, e hizo una pausa para articular sus últimas oraciones ante la estatua de Amón que lo había acompañado en ese lugar por más de treinta años.
Para una persona como Nebcheser, que había pertenecido a los órganos más influyentes de Egipto durante la mayor parte de su vida, ser apartado del poder era sin duda el castigo más grande que podía recibir. Habría movido mar y tierra por no separarse de su cargo, pero los dioses habían instalado al faraón en el mundo de los vivos para que este fuese su portavoz; él era la divinidad en la tierra y su sagrada voluntad nunca debía ser contrariada. ¿Qué más podía hacer entonces? Lo único que le quedaba era forjar un nuevo camino lejos de la vida palaciega. Esto fue lo que pensó, mientras oraba con la frente apoyada sobre los pies de la estatua; pero al salir del edificio la frustración pudo más que él, y su corazón no aceptó el reto.
«Ramsés podrá alcanzar la envergadura de un regente ordinario, pero convertirse en un faraón respetable, jamás» se dijo mientras descendía por las escalinatas. En el trasfondo de su mente comenzó a esbozarse un plan, todavía impreciso, pero que iba tomando forma con rapidez, y llegando al último peldaño, se le presentó de repente la solución a su problema. Lo arriesgado de la idea lo paralizó. Pero le otorgó el sentimiento compensatorio de que Ramsés lamentaría profundamente haberle dado esa bofetada. Se detuvo al pisar la planada, y cuando giró, un grupo conformado por sus adeptos lo rodeó. No podían hablar mucho porque los guardias los observaban desde sus puestos, pero Nebcheser intuyó en sus miradas que el grupo quería saber el rumbo de sus destinos inciertos ahora que él se marchaba. Le hicieron una invitación para efectuar una "ceremonia de despedida", y Nebcheser confirmó su asistencia porque también necesitaba hablar y cuadrar sus próximos pasos con ellos. Acordaron el lugar, y luego de que el grupo regresara al ministerio, el exconsejero emprendió el camino hacia su casa acompañado por uno de sus viejos amigos.
—Tus adeptos quieren saber si te quedarás de brazos cruzados ante lo sucedido —le dijo el hombre en voz baja.
—Lo supuse —respondió Nebcheser.
—Egipto peligra en manos de Ramsés. Pensé que sólo nosotros lo creíamos, pero ahora también lo creen muchos sacerdotes y funcionarios. Algunos desconocen la autoridad del faraón. Están de nuestro lado y seguirán manteniéndonos informados sobre lo que ocurra dentro del palacio y el ministerio.
Nebcheser contuvo una sonrisa de gozo.
—¿Qué fue exactamente lo que les hizo cambiar de opinión? —preguntó.
—La mala elección que hizo el rey sobre la nueva administración, por supuesto —contestó su compañero—. Saben que Ramsés no escogió según las necesidades del país, sino a su ególatra necesidad de ser apoyado en todo.